Hace ya un tiempo, en ese foro de reflexión que es Madre de Marte, alguien lanzaba al aire la cuestión sobre el control y/o fomento de la natalidad que realizan proyectos católicos. Un tema tan estupendo como cualquier otro.
En nuestro proyecto, siempre comenzamos a hablar del tema diciendo “todos los niños son un regalo de Dios”, y luego, obviamente, nos lanzamos al “pero” (neguer guen, en amárico). Les sugerimos que, visto que el período previsto en el proyecto es de sólo un año, reservarse ese año para ellas. Es decir, evitar embarazos durante ese año (y si esperan otro más, mejor) para asegurarse de que retoman su vida con capacidades plenas. Como todo, esta es la teoría. En la práctica, siempre tenemos alguna embarazada, y allí, dependiendo de la situación (si tienen marido o no, fundamentalmente), se les apoya de un modo u otro.
Las Señoras Vulnerables utilizan mayormente las inyecciones anticonceptivas, que tomamos como el menor de los males posibles. Obviamente, no les protegen contra el Sida. Así, cuando alguna le sale el número en la rifa, la actitud más frecuente es cerrar los ojos fuerte fuerte y desear que, cuando los abras, el dinosaurio ya no esté allí. O sea, esperar a ver si te curas. Hay una Señora Vulnerable que, cuando le recordé que su nena S. necesita urgentemente empezar la medicación, me contestó que la nena sólo necesita tiempo. Y miel por las mañanas, que tiene muchas vitaminas. “Le estoy dando miel. Se pondrá bien”. Pos va a ser que no.
Las inyecciones, como digo, presentan sus problemas y carencias. En mi modesto entender, a veces se pasan con las hormonas. Hay señoras que lloran durante días así, sin saber por qué. Y que a las Señoras Vulnerables se les olvida que hay que volvérsela a dar cada cierto tiempo. Y que tienen una fertilidad a prueba de bombas.
Como se puede imaginar, en esta proliferación de embarazos sorpresa, a veces hay quien intenta salir del problema tolo tolo (deprisa) y decide abortar. En Etiopía trabaja la ONG internacional Marie Stopes que centra sus actividades en lo que definen como “family planning” y que en la práctica se limita bastante a los abortos. Además, desde –creo- 2008, el aborto es legal hasta las 22 semanas en todos los supuestos, por lo que incluso en los hospitales públicos se realizan sin problemas.
Como al final todo lo que nos puede pasar nos pasa, un día llegó una Señora Vulnerable con un recibo médico de un aborto, pidiendo el reembolso de gastos médicos que todas las señoras reciben durante su estancia en nuestro proyecto. Hubiera sido su cuarto hijo. Tiene marido de esos que son como una ola: van y vienen. ¿La inyección? Se le pasó la cita. Se le pasó tres meses.
Delante del papelillo del hospital, tuvimos que decidir así, en dos patadas, la postura de nuestro proyecto en relación al aborto voluntario y no forzado por circunstancias médicas. Sólo que en aquel momento me di cuenta de que, para mí, no había tanto que decidir. No se lo iba a pagar. No podía pagárselo.
En primer lugar, porque es un procedimiento médico electivo. No redunda en un bien para su salud. No redunda en una mejora de las condiciones de salud de nadie. Desde un punto de vista formal, podría ser una rinoplastia. Tú eliges hacértelo por cuestiones personales y/o sociales.
Segunda cuestión: no es tan caro. Estamos hablando de 250 – 300 birr. Has hecho una cagada (te has olvidado de las inyecciones), somos todos adultos, asume tu responsabilidad, arregla como te parezca el follón en el que te has metido. Pero, cari, del tamaño del sapo tiene que ser la pedrada. A gran cagada, gran responsabilidad. Si cuando no fuiste a darte la inyección no me lo contaste, si cuando descubriste el embarazo y decidiste abortar no me lo contaste… no me puedes pedir que te reembolse la responsabilidad de una decisión que tomaste completamente sola. No puedes tampoco escudarte en el consabido “no me hubieras dejado abortar”. Sí te hubiera dejado. Pero no te lo hubiera pagado. Tampoco sirve “qué podía hacer yo”. Podías tener el niño. Te hubiéramos apoyado, como ya hemos hecho con otras. Podías dar Vida.
Así se lo dije a la señora, y así se quedó la cuestión. No le conté el argumento más importante, porque era –entendí- demasiado personal. No puedo pagar abortos de las Señoras Vulnerables porque no podría vivir con la idea de tener que dar gracias porque la madre de mi hija jamás encontró un proyecto como el mío. La madre de mi hija no abortó. Cómo puedo impedir que otros niños, otras familias, vivan. Cómo puedo oponerme a que tengan la misma suerte que mi Nena y yo. No puedo. Y no lo hago.