Revista Literatura

Ni en Madrid

Publicado el 22 octubre 2014 por Alex Vonkarma @alexvonkarma
En Atocha el frío no penetra. Ni en Atocha, ni en Madrid; no puedo creer que casi estemos en noviembre y tenga que llevar las bermudas. Y, mientras tanto, en Mercadona ya están reponiendo por tercera vez en esta semana el surtido de polvorones almendrados.
Bajo las escaleras mecánicas rumbo a mi andén lo más deprisa que puedo, todavía le quedan a mi tren siete minutos para efectuar la entrada en la estación. "Vaya estupidez, el siete es un número que está entre el 'queda mucho' y el 'prepárate que viene'", pienso.
Me dedico a matar el tiempo recorriendo de un lado a otro la estación, con la confianza implícita de que nadie me tirará a las vías. Cuando veo que se aproxima desde la lejanía, me detengo en aquel punto en el que creo que el tren parará. No es así, nunca ha sucedido. Me toca correr hacia el último vagón donde ya, antes, se había desplazado una marabunta de viajeros.
Subo con cuidado, todavía una señora mayor me mira con intenciones de colarse. Me siento al fondo, justo en el asiento al lado del cristal situado a contramarcha. La misma señora se sienta enfrente, saca un libro que, sin duda, ha comprado por su precio sumamente rebajado. Dos chonis se sientan a nuestro lado, no paran de mirarse al cristal y retocarse los inmensos moños (que bien podrían ser de alambre porque de tanta laca, ni uno de los capilares se atreve a moverse de su sitio). La señora se da cuenta, y yo más, del espectáculo que semejantes chicas pintadas con Titanlux en la cara están armando. Nos miramos e intercambiamos una mirada que bien podría haberse traducido en un suspiro de desesperación y pérdida de fe en la especie humana.
Pasan quince minutos, llego a mi estación, la choni del pelo moreno se desespera ante un mechón rebelde que se le escapa de la goma. Mientras tanto, la rubia ya se ha echado cuatro veces el maquillaje base. Intento levantarme con cuidado, no querría resbalarme y ser absorbido por el universo paralelo que pueda esconderse tras incontables capas de corrector.
La señora me mira y me alza la mano ante la deprimente situación.
En Aluche el frío no penetra. Ni en Aluche, ni en Madrid.
Ni en Madrid

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