Ni Pavese me lo hubiera reprochado.
Escribo autómata, poseído y cartesiano.
En la búsqueda ansiosa caigo en la vida asceta,
deslucida lucidez pero dichosa.
Y si el dolor en el mundo crece, yo me adhiero
pero paso,
porque otros pueden mejor hacer que yo
en aquello.
Y si escribir el poema más hermoso del mundo
no es más que una quimera,
vivo yo nadando entre delirios y alucinaciones
veinte horas de cada veinticuatro.
Y cada tanto me vienen ganas de almas y de guitarra
hasta llorar de tanto vivir.
Y porque contigo y sin ti,
con verso y sin el,
yo me conformo con el dolor de ser feliz.
Que tanto toco con mis manos tus huesos,
que tanto hurgo que me satisfago,
sabiendo que nada es tan mortal que me asesine,
que nada es tan brutal que me castigue.
He pagado con creces mis dislates
y no tengo que ofrecer mi arrepentimiento a nadie.
Contigo o sin ti,
con verso y sin el
yo duermo mi sueño incompleto pero intenso.
No creo en los alguaciles ni en los vetos.
Despliego mis versos,
apuro mis pasos,
canto y regreso por donde quiero
y tantas veces como me plazca.
No soy el ombligo ni los callos de nadie.
Persigo mi propia armonía,
mi noción de satisfacción y certeza.
Me quito la camisa y desnudo mi alma,
camino, corro, me siento y fumo
en cualquier esquina;
guardo los días para cuando sean escasos
y aguardo las noches que no abundan.
De ojos miel y de piel naranja,
una mano desasida un sereno busto,
un poco de cintura,
y en los confines del secreto mucha ternura.
Aguardo también un poco de luna
en aquellas mezquinas noches
que por alguna razón perduran.
Y no importa si no he logrado liar cuatro versos completos
para intentar una estrofa,
este poema tiene de hermoso como de mudo.
Un mundo de flores y de montañas.
Vivir y dejar vivir,
venir y dejar ir,
como hoy un domingo de todos los siglos,
como una piedra y mil caminos,
citadino y aldeano con el mismo orgullo,
los versos de la piel,
la mies de mi fe.