Aunque he compartido pisos muchas veces, todas y cada una de ellas han sido diferentes. Además, como nunca he sido rica (en el futuro ya se verá) todos los pisos en los que he estado eran del gremio pobre. Que si entra frio por las ventanas, que si no ponemos la calefacción y nos paseamos por casa con el abrigo y la manta, que si las sartenes no tienen mango o sólo hay 3 platos, 6 vasos y 2 cucharas e incluso, que si aparece algun que otro bichito ajeno al contrato (cucaracha, ratón, araña).
Aun asi, siempre he tenido lo básico, a veces incluso nos las hemos apañado para conseguir muebles o electrodomésticos de amigos o de la inmensa e insólita "calle" -te sorprendería ver la de cosas geniales que tira la gente- pero mis amigas últimamente no veian con buenos ojos mi síndrome de diógenes asi que las últimas cosas que recogí salían por la misma puerta por la que habían entrado. Aun recuerdo aquel pin ball gigante que me encontré en la calle Toro...
Pero las cosas en Londres me han hecho cambiar de perspectiva, un poco por necesidad y por las circunstancias y otro poco porque sé que va a ser temporal, sino otro gallo cantaría. Si no, ¿de qué se me iba a ocurrir a mi vivir en una casa sin internet y sin lavadora? ¡Eso no debería existir en el siglo XXI en el continente europeo! La conexión a internet fue de las primeras necesidades que solucioné (un contrato de dos años y una guerra que al finalizar tendré que afrontar, doesn't matter). Y luego la bendita lavadora... vivir sin lavadora me recuerda a mis años de internado donde, si quería conservar una prenda a la que tenía un aprecio especial, debia lavarla yo misma o tenía un 30% de posibilidades de que se perdiera, un 30% de posibilidades de que se modificara (desteñida, encogida e incluso rasgada) y un 30% de posibilidades de que estuviera en perfecto estado. El otro 10% era el robo, aunque es verdad que pocas chicas robaban porque es sencillo recuperarlo si se arma un montín femenino en una habitación donde lo único que no compartes es la cama y la ropa interior.
Aqui generalmente lavo mi ropa yo misma, y las prendas más complicadas vuelan a España dentro de mi plan de "por el triunfo del amor" donde mi novio y yo nos planificamos para vernos unos días cada tres semanas-un mes. Pero claro, no es práctico, y más si trabajas en un sitio como bartender, donde pones bebidas y milshakes sin parar. Asi que toca buscar la lavandería más cercana, meter la ropa en una maleta y probar, por primera vez, "el sistema". No es difícil, Demos, mi lavandero checo, es un sol y termina haciéndomeo todo. Lavar son 3,20 pounds y secar (no me voy a llevar la ropa mojada en una maleta porque si no tengo lavadora en casa... menos tengo donde colgarla!) son otros 2 pounds. Si quiero que me lo haga Demos y yo seguir de parranda sólo tengo que pagar 1 pound más. Media hora cada "sistema" y sale perfecto para volver a casa. That's it!
He aqui otra de las cosas que dije que nunca haría y que luego no cumplí: pagar por lavar mi ropa. Situada justo debajo de "pagar por adelgazar" también tachada porque allá en mis años universitarios me enamoré de mi profesor de batuka y si, pagaba por verle bailar (y de paso adelgazar).