Revista Diario
Ni verde ni amarillo
Publicado el 25 noviembre 2010 por AlfonsoCuando descubres que la vida, el pasado, el conocimiento, es inabarcable, decides en qué temas profundizar y en cuáles no hacerlo. Lo haces guiado por el placer privado que te proporciona la indagación en la materia, por el provecho que la misma te puede reportar, el rédito interior, pues de otro modo, de interesarte la acumulación de información por su posterior manifestación material, terminas por convertirte en un empresario que un buen día descubre que tanto viajar y tanta comilona conduce a compartir tierra con el vecino, y que cambiaría “que me quiten lo bailao” por “bonita mañana tenemos hoy”, siendo demasiado tarde para remediarlo. Así, puedo afirmar sin rubor, que no he pasado un sólo minuto durante estos últimos años leyendo nada sobre el milagro verde irlandés, tal vez porque no creo en los milagros, en los expendedores de las panaceas sociales, y porque Éire es tan desagradecida con sus hijos que, quién soy yo, un extranjero para ella, para dedicarle mi tiempo.
Si tenemos en cuenta que los cinco más grandes escritores irlandeses de los últimos 120 años tuvieron que emigrar y dejar atrás la tierra esmeralda, se puede entender la pobreza y el desafecto de la fraccionada isla. Tenemos, por un lado, a Oscar Wilde, que si quiso estudiar y crecer hubo de hacerlo en Oxford.; por otro, a Samuel Beckett, que experimentó en el teatro escribiendo en francés; al poeta W. B. Yeats, que tanto amó y fue amado por su tierra, pero que yace, al igual que los anteriores, en suelo galo; a James Joyce, que terminó su libro de relatos Dublineses desde el recuerdo, en Trieste, y murió, y está enterrado, en Zürich; a Iris Murdoch, que sufrió su alzhéimer en Oxford, de donde nunca regresó -perfección del círculo en cuatro saltos-. Entonces, cómo volver la mirada a una tierra tan falta de consideración, tan mala madre, raposa que hace de sus hijos emigrantes de fácil lágrima, que con la hambruna de 1845 los mandó en barcos a su poco querida England, a Australia, Sudamérica, Canada y, sobre todo, a esos USA que convertirían en su segunda casa. Ahora, con los recortes, las subidas de impuestos, los despidos en la empresa privada y la pública (más de 24.750 funcionarios dejarán de serlo en los próximos 4 años), los euroescépticos irlandeses tienden la mano pidiendo ayuda para levantarse y pasar por las agencias de viajes a comprar billete sin retorno. Buena gente; ingrato país. El caso es que no he escuchado a ningún liberal entonar el mea culpa por aplaudir las políticas fiscales y presupuestarias presididas por Patrick Hillery (1976-1990), Mary Robinson (1990-1997) y Mary McAleese (desde 1997) -dos mujeres en las últimas dos décadas: ya veo a los misóginos-: siguen buscando la enfermedad que terminó con los tréboles de cuatro hojas, la clave para entender cómo el incremento de los ingresos mediante la reducción de impuestos, que había logrado incentivar la actividad económica sin tocar el gasto, generó una curva de Laffer inalcanzable, un ascenso que era mera ilusión. Callan los mismos generosos de ayer que hoy dicen que los mercados irán mañana a por una pieza de caza mayor: España. Se olvidan que, si el animal más representativo de éste país es el toro, Tíogar ceilteach (Tigre celta) era la forma de referirse al país que un día dijo no a Lisboa: si no menospreciamos a los tiradores, no lo hagamos tampoco con el animal abatido.
Mientras, por aquí, que llevamos treinta y cinco años hablando de un muerto que no resucitó y del cercado de un desierto -verde también aquella Marcha/Mancha: y aún dicen que es el color de la esperanza- pretende reunirse mi circunflejo presidente con los 37 empresarios mayores del Reino, generadores, y disfrutadores, de más del 50% del PIB del país. Cómo no sea para caer en el mismo ridículo que cuando el sheriff del botín se repanchingó en su sofá y enseñó que vestir el rojo en los tirantes y la corbata es por hacerse notar más. (Por cierto, que la idea del mousqueterie Cantona, el desestabilizador económico que en su juventud practicó el kung-fút-bol, de acudir a los bancos el 7 de diciembre a retirar nuestros ahorros, podrá calar allí donde los jóvenes se han dado cuenta que su vida no será la mitad de cómoda que la de sus padres, una generación privilegiada y no maltratada por las guerras, y que las noches con fuego dan más juego, no por aquí. Y es que el personal, sin un duro en los bolsillos -¿lo volveremos a ver, a usar, a manosear?- o con tarjeta de débito, estará de puente. A lo nuestro, que son cuatro días. Además que ya hay quien dice que si la burbuja inmobiliaria china estalla saltaremos por los aires -¿se puede saltar por otro sitio?-: para qué preocuparnos si puede ser peor. En fin, de ésta, que ibamos a salir amarillos, ni eso.)
Durante los últimos años tampoco he perdido un minuto en informarme sobre el extraordinario programa social de Lula da Silva, el rápido crecimiento de Brasil, pueblo de fiebre verdeamarelha. Hoy, narcos y polícías se han liado a tiros por las favelas de Rio de Janeiro. Algunos agoreros madrugadores dicen que peligran sus organizaciones deportivas del 2014, el Mundial de Fútbol, y 2016, los Juegos Olímpicos: ¡al menos ellos tienen samba!
(Del susto coreano, otro día: me estoy reponiendo.)
Mary McAleese