Polvo suspendido en un aire que hace siglos que ya nadie respira, acumulándose por el paso de ese tiempo que poco perdona.
Sillas y mesas volcadas por la rabia, o quién sabe si por un vano intento de escapar.
Juguetes esperando a que algún niño los juegue, reclamando con anhelo la vida que les arrebataron.
Que no esperen, los niños que habitaron en nosotros hace tiempo que marcharon.
Que no hablen, pues sus voces sólo cantarían melancolía.
Que no tiemblen, pues aquellos adultos haciéndose daño, haciéndonos daño, ya no volverán.
Alguien nos vio huir allí donde no llega la memoria, allí donde los recuerdos se esfuman y los fantasmas parecen tener prohibido el paso.
Allí donde nadie pregunta y las almas no tienen rostro.
Y ahora me deshago en botellas de alcohol medio vacías.
Debajo de una lluvia que quiero que me enferme.
En medio de esa niebla que oculta lo que soy.
Morir rodeado de charcos de fango y volver a construir esa casa de las que sólo quedan ruinas.
Vivir como seres eternos.
Creo que en medio de esta locura ya no soy capaz de discernir mis propias arrugas ni, sobretodo, las cicatrices provocadas por ellas. De discernirte a ti… entre todos mis recuerdos.
Quien sabe si seré capaz de levantar máscaras hechas de papel.
De encontrar tesoros en esos charcos de fango.
De enfermar y recuperarme.
Y volver a buscarte.
Aunque sólo sea en mi memoria.