
La cicatriz es tan pequeña que casi no se ve. Una mirada atenta sólo detectará una finísima línea de color amarillento que nace en la punta derecha del labio superior y asciende hasta el nacimiento de la nariz.
Nieves recuerda el sonido de la bofetada y el cuello girando a la misma velocidad que el techo del comedor. Así, de repente. Las gafas de montura dorada salieron disparadas hacia la derecha. A la sorpresa y el miedo se unió la desorientación de no ver más que manchas de colores. No lo mejoró que la sacudiera y la aplastara contra el sofá del comedor. No ayudó que le gritara llamándola puta.
No fue hasta horas después, cuando recuperó sus gafas tras gatear y palpar el parquet un buen rato, que vio las manchas que la sangre seca había dejado en su jersey de lana blanco. Tenía el labio partido. No hicieron falta puntos - no puso denuncia, no fue al hospital-. Tampoco iba a permitirle salir a la calle, de todos modos.
La hinchazón duró dos días. La inercia y el embotamiento, mucho más. Pudo huir cuando otra incauta quiso, voluntariamente, ocupar su sitio.
De todo aquello hoy sólo queda una pequeña cicatriz... y el recuerdo casi no hace daño. Sabe que saldrá adelante porque tiene muy clara una cosa: que no permitirá que otra mujer le vuelva a poner la mano encima, jamás.
(Dedicado al manifiesto de RQTR "Contra la violencia: ampliando los horizontes de la violencia de género")