Ya no se ven niños jugando en la calle.
Se los comió el hombre del saco,
del saco y del cemento,
del muro de ladrillo y argamasa,
y de la fría cerca de hierro.
Las plazas están vacías,
las callejuelas perdidas no ocultan tesoros,
ni sirven de refugio a chicuelas atrevidas.
Ya no se ven niños jugando en la calle.
Se los llevó el viento del invierno,
del frío y el miedo,
del olor a motor y violencia,
y de las edades atemorizadas.
El viejo muro derrama su cal,
una puerta cerrada se retuerce,
y cruje el silencio inquietante de la ausencia.
Ya no se ven niños jugando en la calle.
Se los quedó la pantalla sin mente,
el juego individual y onanista,
la edad que envejece las casas,
y el cómodo rechinar del sillón.
Los balcones se hacen pequeños,
los árboles se pudren y mueren,
y cae al asfalto un preservativo usado.
Ya no se ven niños jugando en la calle.