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Publicado el 07 julio 2010 por Dinobat
Existen historias de historias, algunas que puedo contar y otras que debo callar, a veces la fina línea entre la realidad y la imaginación nos llevan a pensar si es que existe una razón. Caminamos, esperamos, nos movemos en un sin fin de motivos creados entre la ficción y la verdad, inmersos en esa corriente que algunos denominan vida y que otros simplemente tratan de llevar, en una de esas historias que me ocurrieron en mi andar, es solo una que me viene a la memoria y puedo ahora contar.
A veces miro atrás y no se por donde empezar, es que hay situaciones que se tornan difíciles de explicar. En las frías noches de invierno mi mente vuela hacia aquel lugar, en el cual me encontraba por alguna casualidad, que no es lo mismo que la causalidad, en este andar se ven cosas que no podemos explicar, si sienten entonces nos queda de que hablar. La vida es una apuesta perdida, ciertamente perdida, pero con la esperanza que el croupier se equivoque.
La estatua de Simón Bolívar se mostraba de forma impactante, su espada levantada en señal de victoria perdurable, la libertad explorada su máxima expresión, el caballo imponente brillaba en aquella tarde calurosa de la capital palpitante, de la mágica Caracas, mágica en todos los sentidos que un ser humano puede apreciar a lo largo de un vivir. Debajo de la estatua, un malandro con permiso expedido por el presidente de la república me atracó para llevarse por tercera vez mi teléfono celular, no conforme con esto, me dio una burundanguita para que no se me olvide jamás que malandro manda en el país que no es país sino una burla con nombre propio.
Desperté al lado de una gasolinera, sucia y polvorienta, en el Centro de Caracas, sin documentos, cansado por el largo viaje que me había traído a ese lugar, mi vida ajetreada parecía no tener un rumbo claro, vivía eso es lo que hacía. Alguien me había metido diez bolívares en el bolsillo, quizás pensando que era un viejo pordiosero. A pesar de saber que debía hacer hay momentos en que saber no es poder, después de respirar hondo y archivar en mis neuronas el plan a seguir, en marcha me puse sin poder distinguir. Alguien se acercaba, una luz en un sinfín de sombras.
“Buenos días” me dijo la dama mostrándome el camino hacia la puerta del carro, que no tenía pinta de taxi, ni ella de taxista. Yo hice un gesto de saludo y me subí al automóvil que de inmediato se puso en marcha. El pequeño bólido plateado aceleraba a toda prisa por las calles de la capital, la velocidad se sentía en mi frente, el viento golpeaba mi mente, algo disperso miraba con detenimiento aquellas manos, que poseídas por un demonio burlón no soltaban el volante. Después de unos cornetazos y cuasi-choques quitó el pie del acelerador y se volteó a mirarme.
“Espero nos disculpe por el malandro, en realidad la idea era solo darle la burundanga y no atracarlo, pero ya sabe como son las cosas aquí” dijo la dama de bellos ojos claros, una tonalidad distinta, guardada solo en los secretos celestiales. En realidad yo no tenía muchas ganas de conversar, muchos menos filosofar, y di una respuesta cualquiera, vaga, efímera. Ella continuó su discurso, hablaba de todo aquello que estaba frente a mis ojos pero que quizás no podía ver. Vemos lo que creemos, creemos en lo que vemos. Mi amigo inmemorial me hizo un comentario acerca del cerebro de la dama, no lo puedo repetir, el puede a veces, ser algo disparatado.
Adentro de aquel edificio viejo, y después de contactar a la persona correcta, me llevaron a un pequeño ascensor, de manera repentina subí unos cuantos pisos para abrirse una puerta y encontrar ante mi aquel letrero, “La Comunidad de la Mentira”, se podía leer en grandes letras a molde, en efecto era cierto, allá en Caracas funcionaba aquella macabra organización dedicada a verter mentiras en todo el mundo. No me extrañaba que un país tan podrido existiera este tipo de sociedad, por otro lado me entristecía que fuera una realidad latente. Mi tarea era desintegrarla, atacar sus bases sin piedad, pero como lograr un cometido si el enemigo se basa en el bastión de la no realidad.
Sentado frente a un escritorio la misma dama que había fungido de taxista me hacía preguntas, muchas de ellas, buscando determinar la veracidad de mis motivos, ella como todos ahí pertenecía a esa extensa organización que poco a poco se comía al mundo, de manera sutil y con poca compasión. De pronto extendió su mano y se presentó, “Lipetomi Unchsteiger”, “soy la secretaria ejecutiva de nuestra organización, y por los momentos el único contacto que tendrá aquí para verificar si en realidad desea extender nuestro lema alrededor del planeta”. Yo con una sonrisa en mi cara me limité a plantear todos mis argumentos, expresando mi interés en torturar a la humanidad a punta de mentiras para hacerles creer que el planeta era el lugar soñado. La dama se regocijaba al escuchar mis planes macabros, “excelente, excelente” decía mientras soltaba carcajadas por doquier.
“Pues bien, creo que usted es un candidato perfecto para ser miembro de nuestra organización” dijo Lipetomi, “le voy a llevar a una charla que en este momento dicta nuestro máximo jefe, usted sin lugar a dudas la va a disfrutar, luego finalizaremos el papeleo y entonces se pondrá usted en marcha, a acabar con el planeta, que viva la mentira” gritó mientras me daba una palmadita en la espalda.
En aquel salón se encontraban una serie de personajes que no quiero recordar, sentado en una silla con Lipetomi a mi lado escuchaba a aquel demente soltar barbaridades por su boca, el jefe de la organización, claro está, el gran Señor No, convencía a todos los allí presentes que por medio de la mentira el mundo les pertenecería, era solo cuestión de seguir y tratar, unos años y el planeta se movería en las garras de la eterna falsedad.
De pronto pude notar como una lágrima caía sobre la mejilla de Lipetomi, en un principio pensé que la demencia la había dominado y se emocionaba al escuchar tan macabro discurso, pero sus ojos, aquellos que aún recuerdo brillaban de una manera extraña, tratando de hablar, tratando de escapar, a veces estamos sin querer o seguimos sin placer, caminos ocultos se abren de día para esconderse y perderse en la noche.
Sabiendo que mi misión era clara, supuse que ese era el momento para poner a cabo mi plan de ataque, miré a los ojos a Lipetomi y le dije “vamos a estar claros, desconozco la razón de tu pena escondida, pero usted no pertenece entre estas sabandijas”, ella aún con lágrimas en los ojos me susurró que nos matarían en el río Guaire si tratábamos de hacer algo, mientras aquel demente seguía hablando ella contó lo que llevada en su manto.
Lipetomi me explicó como había dejado de creer en los seres humanos, la mentira, justamente entraba tranquila en su estado de ánimo. Los colores y matices solo los ponemos sobre los grises, en un desierto ya vagamos y por siempre encontramos, en algún lugar del universo hay cabida para lo cierto, no podemos descansar es un largo camino este majestuoso andar, en cada destino existe un motivo, buscamos, tratamos y nunca llegamos, quizás en la frente está la razón pero inconformes volteamos y no es de perdón.
Interrumpí al Señor No tal cual como me había trazado en mi plan, un plan que había discutido días antes con mi otro yo, de tres años y algo irresponsable, el cual insistía que mientras se dormía no se podían decir mentiras. Comencé por soltar una tras otra verdad, verdad tras verdad, el hombre enfurecido gritaba enloquecido, muchos años sumido en una mentira es olvido. Los otros oyentes cayendo del trance empezaron a hablar de aquellas verdades desechadas en vano, como naipes al aire cada quien distinguía, con tanta franqueza la luz del sol se veía. El demente jefe de aquella macabra organización comenzó a dar órdenes que todos desobedecían pero como siempre sucede algún peón resarcía. En segundos y en sueños todo cobraba vida.
Tuvimos que huir del recinto por una puerta trasera, la confusión reinaba en aquel lugar donde la verdad y la mentira se enfrentaban por primera vez en largos siglos. Lipetomi conocía el sitio a fondo y nos guió hasta un sitio seguro, o eso creíamos, un ruido estruendoso sintió su enojo, los seguidores del Señor No venían por nosotros.
Corriendo por la Ciudad Universitaria mientras el mismo malandro que ya me había robado trataba de capturarnos, llevaba de la mano a Lipetomi, quien a pesar de la situación me miraba sintiendo, buscando razón. Avanzamos a un paso constante, tajante y pujante, los gritos de odio se sumaban sin cesar, mirar al horizonte en pos de alcanzar, a lo lejos escuchaba como su voz se desvanecía, la luz del día entraba en mi ventana, mi cama vacía me guardaba celosa, la pena guardada resultaba venenosa, son cosas que son, que van en el viento buscando el final, si buscas encuentras y eso es verdad.
Me paré en seco y saqué mi china, disparé directo al cerebro del malandro que cayó aparatosamente en la acera mugrienta. Me acerqué y procedí a atracarlo yo, le quité todo, incluyendo sus patéticos jeans con parches y su franelita Maltín Polar, no pude contenerme y le pisé la mano hasta que por arte de magia se levantó y me prometió que se pondría a trabajar en la Policía Metropolitana, aunque eso es ya otra historia en sí, y para los curiosos por si fuera poco recuperé mi celular.
Desperté de golpe, tratando de buscar, añorando el final, entre lo real y lo virtual hay una línea fina que no se ve desde el umbral, los sueños son solo eso, lo real es un paso entre el pasado y el futuro, es solo una historia más, alguna que he podido contar y que por un momento pensé no iba a terminar, la realidad es el recuerdo de aquello que olvidamos, el pasado tiene al tiempo como aliado, el presente solo dura un instante y el futuro tiene las sorpresas a su favor…