Pues sí. Tengo que escribir un cuento corto para el concurso y no tengo ni una puñetera idea de lo que voy a contar. Creo que después de todos los malos cuentos que he escrito antes haciéndome pasar por intelectual, se me escurrió el cerebro. Delante de mis amistades debo aguantar las preguntas con ánimo de cachondeo: “¿Y cómo va lo de la escritura?” . Joder. ¿Quién me mandó decir a todo el mundo que yo escribía? Me hubiera conformado con mi diario. Pero claro, a nadie le iba a importar si yo me levantaba una mañana creyéndome un canario, o si había tomado la decisión de ir al gimnasio a las seis. Y yo lo que más anhelo en la vida es ser un famoso escritor.
Y ahora resulta que debo contar un cuento en menos de mil quinientas palabras. Hasta las tengo que contar, y encima, no poner mi nombre sino un seudónimo, yo, que quiero hacer célebre el apellido de mi abuela. ¿Quién me mandó meterme en el foro de escritores? Día a día tengo que soportar la idea de que lo que cuelgue sea leído, y sólo veo como respuesta a mis afiebrados impulsos narrativos una que otra palmadita en la espalda: “Vas bien, chaval...” “Te felicito, eso estuvo buenísimo” o “De veras me hizo pensar”. No entiendo qué coño hago en este foro. Todos lo hacen mejor que yo, ¿A quién trato de engañar? Máximo diez leídas y mi cuento queda detrás de los demás, parece que se hubiesen puesto de acuerdo.Me metí en una cuenta de Internet ABA que me permite una navegación de 10,0 Mbps, que quién sabe que mollejas sea, pero que me cuesta un ojo de la cara y parte del otro. Me meto en Google tratando de conseguir información y a pesar de todo lo que encuentro, lo tengo todo revuelto como si estuviera ayudando a cocinar a mi abuela su salsa para espaguetis de albahaca, mezclada con carne a la tártara. “¡Mijo, no mezcles la carne con el huevo!”, solía decir.Mi abuela era un relajo. Ayer vi las fotos de su entierro y sentí que ella moría otra vez a pesar de haber sido hace más de un año. Yo no fui al velorio, hace tiempo que vivo en tierras lejanas, soy un extranjero en tierra ajena. También soy redundante. Busco lo que no se me perdió, la única que creía en mí era ella. Decía: “Mijo, el que quiere llegar llega, vaya y coja mundo, que es usted joven, aproveche la vida para que no termine como yo, vieja y sin haber salido de este pueblo”.La escuché y lo primero que hice fue venir a Venezuela. La tierra del petróleo y las mujeres bellas, lindas playas y sol todo el año. Conseguí trabajo en un tris. Era vendedor de libros y parecía que a todos les gustaba leer, porque el catálogo del Círculo de Lectores lo tenía todo pintarrajeado, empecé a entusiasmarme por la escritura, parecía que eso impresionaba a las chamas, y la verdad, no parecía hacerlo tan mal. Asistí a unos cuantos bautizos de libros para darme ánimos y hacerme creer a mí mismo que era un intelectual, pero en aquellos sitios lo único que conseguía era gente que se paseaba de un lado a otro con el cuello estirado, como buscando a alguien que aún no había llegado. Eso sí, se servían buenos tragos y bocadillos. Empecé a reconocer a varios que coincidían conmigo en los mismos eventos, y llegué a sospechar que me miraban sin ninguna simpatía, porque a pesar de reconocerlos, no soltaban prenda. Creo que era una mafia, o para ser escritor hay que tener percepción extrasensorial, tanto para que lo saluden a uno, como para que lo lean.Con el tiempo me di cuenta que ellos estaban en la misma onda que yo. Tratando de entrar a un mundo tan inaccesible que si no vas de la mano de Vargas Llosa no se enteran de que existes. Yo podía tomarme todo el vino y comer todos los tentempiés de la bandeja; escuchar los parlamentos de los presentadores, los agradecimientos de los autores del libro en cuestión, y hacer una fila en busca de la firma de un escritor que había publicado recientemente una novela de cómo se fornicaba en un burdel, gastarme parte de mi última quincena en ese gazapo y, ni aún así, ser uno de ellos.Después de todo, ¿quiénes eran ellos? Simple: parecían tener el don de escribir una línea con el debido sentido lírico aunque estuviesen hablando de las coles de Bruselas. Ni más ni menos. Pero lo último fue lo que derramó el vaso. Debí decir: fue la gota que derramó el vaso, pero es que estoy mosqueado.Después de más de media hora de pie con unos zapatos que me traían el diablo, llegué donde estaba Laura Restrepo. Su obra: Delirios. Ganadora del premio Alfaguara, al que por cierto, yo también me presenté con la que creía era mi obra maestra: “Los corchetes de mi abuela”. Retomo. Cuando finalmente llegué hasta Laura, ella me miró con aquella forma muy suya, muy bonita ella, cualidad que todos siempre alaban, y con estilo:
—¿Cómo te llamas? —preguntó como si realmente le interesara.
—Julio Cuevas —dije con cara de gilipollas, porque debí verme así, como ahora veo a los que hacen filas tras lo mismo.—Para Julio, con cariño...
—Un momento —interrumpí—: ¿Podría darme el teléfono de su agente?—¿Mi agente? —preguntó, con la sorpresa reflejada en el rostro.—Sí... —dije yo, sintiéndome estúpido—. Es que necesito un agente. Me presenté al concurso y no gané.—¿Ni siquiera quedaste de finalista? —me preguntó la muy perversa, con su tono mofletudo.—No. —Esta vez me sentí realmente como un tarado. Mira que ir allí casi a reclamarle que ella me había robado el premio.—Vamos a ayudar a este chico —dijo ella modosita—. Este es mi agente, te puse su número de fax: Thomas Colchie.
Yo estaba en la gloria. Había valido la pena, le di un beso y todavía me quedó valor para agregar: —¿Me puede poner su correo electrónico?—¡Ah claro! —dijo ella sonriendo— para que me des tu opinión de mi novela.En este punto no sabía si sentirme halagado. Esa noche inolvidable regresé caminando sobre nubes al cuarto que tengo arrendado. En plena madrugada mandé un fax al dichoso Thomas Colchie. Soy el mejor escritor del mundo, mejor que Danny Brown. Recuerdo que escribí. Sólo necesito un buen agente, uno como usted, que me valore y que se atreva a representar a un desconocido. Le mandé tres faxes. Nunca obtuve respuesta. Escribí entonces un hermoso correo electrónico a Laura Restrepo después de haberme volado su libro en dos días. Silencio absoluto. Y no era que me lo hubieran devuelto porque eso se sabe cuando te aparece un aviso de error-delivery y esas vainas. Nada, que la vieja ni recordaría quién soy, además, debía tener filtros anti-spam. Al diablo con sus delirios, escrito según los sabios, en primera, segunda y tercera persona, todos al mismo tiempo. No entendí un carajo. Decididamente no estoy para concursos, no sirvo para esto de la escritura, menos para escribir algo en mil quinientas palabras.Creo que me dedicaré a hacer arepas con queso guayanés, que son las que más se venden, mientras, esperaré a que alguien que entienda de buena literatura, decida publicar “Los corchetes de mi abuela”. Alguna de las doscientos cincuenta y siete editoriales me tendrá que contestar. El que persevera, alcanza.
B. Miosi