Revista Literatura

No es lo mismo "Decir" que "Mostrar"

Publicado el 04 diciembre 2011 por Medea

Deberías verla, deberías venir aquí y verla, yo no puedo, no puedo explicártelo.Pasa la mayor parte del tiempo sentada en el sofá como una muerta con la televisión encendida en cualquier canal. Aunque su programa favorito es la tele-tienda, porque la obliga a concentrarse en si misma, dice. No se abandona, eso nunca, lo aprendió de su madre. Sus piernas correctamente dobladas y las manos encima de los muslos milimétricamente alineadas, como una muñeca, son lo que más me aterra, esa perfección, esa rigidez física ante tanto desbarajuste. Sus ojos arrancados, sin luz ni brillo alguno, fijos en la pantalla fluorescente dejan escapar de vez en cuando una lágrima que no se molesta en apartar. Poco a poco ésta se desliza por su mejilla amarillenta y se pierde entre las comisuras de unos labios que no abre más que para engullir, porque no come, engulle. A veces, cuando por culpa de la preocupación no consigo conciliar el sueño me acerco de puntillas a su habitación y la espío a través de una rendija de la que ella es plenamente consciente. Sabe que la miro mientras, con la cabeza pegada a la almohada y los puños apretados farfulla cosas que no entiendo, pero que a mi me suenan como el dolor en si mismo. No lo hace ni muy alto ni muy bajo, sólo farfulla y ahoga, farfulla y ahoga, eso hace, madre, todas las noches. Hace tiempo que yo he dejado de existir y se ha creado entre nosotras una grieta, muy delgada pero profunda como las entrañas de la tierra. La abrazo y ella sonríe cuando le gusta la comida que le preparo: Lasaña de carne los jueves, solomillo con verdura los sábados ¿Recuerdas? Deambulando por la casa se me antoja un  fantasma. Apenas sale a la calle, hace tiempo que no pisa el instituto, el curso ya lo han dado por perdido sus profesores. Por más que trato de contarles la situación estos adultos inconexos con su propia adolescencia sólo saben sacar teorías absurdas y mirarme con condescendencia por mi falta de rigor ¡De rigor! ¿Puedes creerlo, madre?Y mientras discuto mi flor se marchita hora tras hora, día tras día. Sé lo que me vas a decir, lo he intentado, he intentado hablar con ella, la he llevado a todas partes, la he paseado por media ciudad, pero nada funciona. Nada. Y a veces adivino en sus labios el deseo de estallar, en un llanto largo y doloroso, brillante como el de un recién nacido, incontrolado, eso necesita mi niña, mi princesa, dejar de controlarse. ¿Pero cómo hacerlo, madre? ¿Cómo hacerlo si ha vivido siempre rodeada de la más estricta corrección? ¿Del más puro sentido del saber estar? Apenas siento el deseo de besarla se lo digo. -“Hija, me gustaría besarte” – le digo. Y ella me mira, me mira largo rato y se deja hacer, pero nunca soy capaz de adivinar lo que piensa. Tienes que ayudarme. Tú también has sido madre y sabes que la conexión, el vínculo que se crea, es inexplicable. Tengo que confesarte que cada vez más, a cada momento en realidad, me atrapa entre sus redes. Por más que intento luchar y tratar de ser la luz de esta casa, ella me consume, me arrastra y me oscurece, oscurece mi alma. Mi vida, mi razón de ser, me obliga inconscientemente a sentarme a su lado en ése sofá, a mirar con ojos vacíos y húmedos cómo una señora descubre la mejor manera de reducir estómago, o de pelar patatas, o de conseguir un sueño largo y placentero. 

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