Revista Talentos

No es mi desgracia, carajo sigan tocando

Publicado el 22 noviembre 2011 por Perropuka

No es mi desgracia, carajo sigan tocando

Foto: www.laprensa.com.bo

Decíamos en artículos anteriores que los bolivianos vivimos en una fiesta permanente, aunque se caiga el cielo o el infortunio se cebe con otros sectores. Eso de que somos un país de pobres, es una verdad a medias.
Es perfectamente normal –egoístas y mezquinos como somos- que mientras la desgracia ajena no nos toque de cerca, continuemos con nuestras actividades planeadas,  incluida el jolgorio. Todo el mundo tiene derecho a divertirse, dirán. Cierto, aunque a veces el sentido común puede ser un grave defecto por estos lares. 
Como parte de las manifestaciones culturales de amplios sectores de la población (especialmente comerciantes y transportistas), la tradición dicta conformar  fraternidades folclóricas. Apadrinar una fiesta masiva puede ser el más alto reconocimiento social para algunos individuos o puede ser la escalera para trepar a las altas esferas del poder (ser elegido máximo dirigente o diputado por ejemplo).
En esos correteos estaba, el domingo pasado, una asociación de transportistas pesados (por sus camiones, claro), divida en dos bandos que rivalizaban por generar el mayor ruido posible con sus bandas de música y cohetes.  Quien meta también más cajas de cerveza a la fiesta significa un prestigio enorme.(Es costumbre igualmente, que en muchas bodas se regalen fardos y fardos de la bebida espumosa, que al final rebasan las ansias alcohólicas de los invitados y días después, los flamantes esposos hacen el primer “negocito” de su vida marital).
Corría la cerveza, subían los decibeles, tronaban los petardos, la noche se avecinaba en un barrio fabril de La Paz. Ahí, a decenas de metros de la fiesta se iniciaba un incendio en unos grandes almacenes. A pesar del humo y el fuego que empezaba a crecer, la fiesta continuó contra todo pronóstico (los videos aficionados filmados desde una colina cercana son muy evidentes). No les importó a los parroquianos  moverse en lo absoluto para acudir en auxilio, y eso que eran las mismas instalaciones: una ex fábrica textil, a cuya administración no se le ocurrió otra cosa que alquilar los enormes tinglados para el depósito de mercaderías, entre tanto en  la parte delantera alquilaba espacios para grandes fiestas los fines de semana, y por supuesto, sin reunir las condiciones de seguridad mínimas. Hoy después del siniestro,  las autoridades (in)competentes asoman frescos ante las cámaras de televisión, diciendo que se está investigando y revisando la documentación.
Las diversas hipótesis que se barajan como causantes del incendio, dan casi por seguro que no se debió a un corto circuito, lo apoya el hecho de que los depósitos no tenían instalaciones eléctricas (los comerciantes sólo podían acudir a los almacenes en horas diurnas) y crece la sospecha de que fue provocado por uno de los petardos de la fiesta. Pocas horas después, el fuego lo consumió todo, a pesar de los inútiles esfuerzos de los bomberos. Mira que es grande la mezquindad humana, esa misma gente embrutecida por el alcohol se mostró hostil a la policía, obstaculizando en todo momento la labor de rescate con la negativa a abandonar la fiesta y estorbando con sus vehículos las entradas para la llegada de camiones cisterna.
Fue penoso y vergonzante ver a los rescatistas operando con un pequeño camión de agua antidisturbios, y a los bomberos mal equipados, operar con mangueras en pésimo estado. Toda una ciudad de más de un millón de habitantes no tiene un cuerpo de bomberos digno. Para más desesperación de los comerciantes afectados, el fuego recrudeció por la quema de fuegos pirotécnicos almacenados en uno de los depósitos. Computadoras, electrodomésticos, plásticos, textiles, etc., fueron pasto de las llamas, incluyendo cinco vehículos carbonizados. 
Cientos de comerciantes damnificados y más de diez millones de dólares en pérdidas, hoy, todos se preguntan quién tiene la responsabilidad. Una cosa es segura, como todo en este país se hace a la ligera, nadie contrató ningún seguro, salvo la antigua corte electoral que perdió equipo del padrón biométrico. ¡Cómo pues, le metemos nomás! ¿seguros?, ¡eso es tirar la plata!

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