Ya no escribo tanto como antes. Creo que todo mi interior está de paro. Pero no salen a las calles, están todos aterrados dentro. Se tapan la cara y duermen sosteniendo palos.
Leo mis palabras y me parecen estúpidas, vagas, inútiles. Charlando con los demás lo confirmo. Todo sigue igual. Pero ya ni siquiera resuenan en las habitaciones como antes.
¿Mes escuchas? Tengo algo importante que preguntar. Acá estoy. Quiero hablar.
¿Que pasan con las piezas de este rompecabezas que sobran?
¿Y los cables que no se pueden conectar?
¡Ya nadie me escucha! Nadie me responde. Nadie quiere responder.
Tacho todo. Lo reescribo. Mierda.
Lo aborrezco. Me aborrezco. Maldita sea.
Tiro todo. Vuelvo a empezar ¿Cuándo se irán estas inseguridades?
Creo que he dejado de funcionar. Me guardo en el cajón de los viejos celulares suavemente. Sí, en mi casa existe ese cajón. Todos arruinados por el tiempo, golpeados o ahogados sin más. Ya nadie me escucha entre ellos.
Veo su soledad. Celulares inmóviles, quebrados y sin luz.
Les doy vida. Les hablo. Les escribo.
Ellos no son nada. No tiene sentido.
Estas palabras son invisibles. Ya ni siquiera funciono correctamente.
¿Por qué sigo escribiendo? ¿Cuál es el sentido?
Escribo para los que no tienen voz, para esos que tampoco funcionan, que fueron arruinados por el tiempo, golpeados o ahogados sin más.
Por eso sigo escribiendo, aunque todo parezca inútil.