No hace tanto, ni tan lejos.

Publicado el 26 febrero 2011 por Anabel

—¿Entonces qué, Paco?
—Entonces na’ Don Manuel —contestó el hombre.
—Pues creo que deberías pensarlo un poco más—insistió Don Manuel, con un deje de paternalismo en su voz grave—. Hace tiempo que no sacáis gran cosa de estas tierras y a mí me vendría bien para el ganado. Creo que la oferta que he hecho es bastante generosa.
—No tanto.
—¿Cómo dices? —preguntó el cacique sorprendido.
—Digo que no es tan generosa como usted cree, ni me solucionaría la vida. Al revés, si le vendo las tierras pierdo el sustento, lo que le dio de comer a mi abuelo, a mi padre y ahora hace lo propio conmigo. Con el tiempo perdería hasta el aire que respiro.
—¿Y qué vas a hacer para sacarlo adelante, Paco?, ¿pedir dinero al Lucas o alguno que se le parezca? Eso sí es condenarte: un usurero te cortará el resuello. Vas a pasar los años trabajando para pagar una miseria que te presten, duplicada o triplicada. No vas a tener ni cebollas que llevarte a la boca.
—No se preocupe —dijo Paco sereno—. Resulta que abrieron una caja de Ahorros (1), un Monte de Piedad o como se llame. Te dejan el dinero y te cobran mucho menos que cualquier prestamista. Algo razonable.
—¿Y qué te hace pensar que te van a dejar dinero? Si no tienes donde caerte muerto. Nadie presta un real sin tener la confianza de que se lo vas a devolver ¿Cómo vas a comprar simiente?, ¿de dónde vas a sacar los guarros que quieras criar para la matanza?
Las preguntas que salían por la boca de Don Manuel, ya lo habían hecho antes en la cabeza de Paco, sembrándola de inseguridades, de miedos. El campo sólo daba una vida dura y una muerte lenta. Tal vez lo mejor era huir a la ciudad con el bolsillo medio lleno, como habían hecho otros.
—Le agradezco su interés, pero no debe preocuparse: no es asunto suyo.
Paco advirtió que Don Manuel estaba sorprendido. No esperaba una reacción así. Sacarlo del “si señor, mande usted” suponía un riesgo que estaba dispuesto a afrontar. Permanecieron en silencio unos instantes. Don Manuel barajaba como continuar con la presión, no podía dar por perdida la batalla con semejante mindungui. Él gobernaba ese pueblo con mano de hierro, ni alcalde ni otro monigote. Aunque de vez en cuando sentía que alguno se le escapaba entre los dedos, como si estuvieran hechos de agua.
—Muy sencillas ves tú las cosas. En fin, yo tengo paciencia y pozos. Ya veremos qué es lo que tienes tú.
—Una servidumbre de riego. Eso ya los sabe usted —contestó con aplomo Paco.
—Puede acabarse en cualquier momento.
—No creo que en el Juzgado vayan a decir lo mismo
—No jures nunca por lo que vaya a salir del Juzgado, además mientras las cosas se resuelven puede pasar una vida entera. Por cierto ¿te podrías permitir un abogado?... Ten cuidado, sin agua no hay nada que hacer.
—¿Me está amenazando?
Don Manuel sonrió exhibiendo los dientes amarillos por el tabaco. Paco era consciente de que podía cortarle el agua y más. También sabía que no tenía medios ni forma de hacer un pozo nuevo, al menos en los próximos años, mientras las cosechas fueran tan malas. Sintió que él calor le subía por el esófago: con gusto le habría partido la cara allí mismo. El terrateniente se dirigió a él de nuevo, con la fuerza que le daba la posibilidad de ejercer un poder casi ilimitado.
—Piensa lo que quieras. Eso es lo que hay: o vendes ahora o terminarás por vender mañana, a peor precio y hartándote de comer bellotas. Tú mismo.
—Usted sabe que esa servidumbre está ahí desde siempre —dijo con rabia Paco.
—Todas las cosas se acaban —apostilló Don Manuel pensando que golpeaba un fardo que perdía resistencia.
—Sí y todas las tierras arden. Tenga cuidado, los fuegos son muy traicioneros y de unos años a esta parte parece que las tierras de los ricos tienen tendencia a arder. Fíjese lo que le pasó a los marqueses de Balazote, a Don Cándido el de Azaría… ¿quién sabe que podría pasar aquí? Además ahí los Juzgados y civiles resuelven poco y tarde, cuando el daño ya está hecho.
—Podría mandarte a la cárcel por esto —añadió Don Manuel, escupiendo con desprecio cada palabra.
—Aún así —afirmó Paco con fuerza, acercando su cara a la del terrateniente—: los campos arden.
(1) Las Cajas de Ahorro en Extremadura son muy tardías: principios del siglo XX. Hasta entonces, los campesinos estaban en manos de usureros que exigían intereses leoninos a cambio de su dinero.