Hay una cuestión peliaguda cuando te dedicas a tu actividad preferida: no puedes tratar las tareas de trabajo o de negocio, como a tus gustos.
Imagino a un restaurador de coches antiguos a quien le llegan con un bello Mustang Cobra. Le piden que repare algo en la carrocería, y luego de hacerlo, se ve atraído por el interior: le falta esto y lo otro... pero los dueños no pueden pagar más arreglos: tal vez después. ¿Debería darse el gusto de trabajar gratis? Una vez, puede ser; pero si lo hace continuamente, no va a convenirle.
Quienes trabajan con comida, muchas veces tienen que sacrificar la amada receta de la abuela, para que el producto o el servicio sea rentable. Quiero decir: que cocinando para los de casa está bien usar los veinte ingredientes secretos, pero para obtener ganancia, a veces es mejor usar dieciocho, y sustituir uno muy especial por algo un poco más económico.
Hay que tener claro no solo por qué hacemos las cosas, sino también para qué. Muchos aficionados ven como algo mediocre que un equipo de futbol no dé lo mejor de sí en un partido determinado, pero eso puede ser la estrategia adecuada en un torneo. Entregarse por completo es un lujo para el juego: para los niños echando una cascarita en el callejón, para los amigos que se juntan los viernes a sacar el estrés con el balón.
Silvia Parque