La primera vez que pensé esto, fue en relación con la comida. Los pobres de ciudad, en México, suelen tener una mala dieta, frecuentemente a base de productos chatarra. La gente "que sabe" hace cuentas en su imaginación sobre lo que cuestan las cosas y les arma una buena dieta: que por qué comprar refresco en lugar de leche, que por qué gastar en papitas fritas con lo que cuesta un kilo de papas... Objetivamente, tendrán razón: la gente estaría mejor nutrida y aprovecharía mejor su dinero si hiciera esto y dejara de hacer aquello. Pero no veo ni escucho a esa gente "que sabe", poniéndose en el lugar del otro. Cuando tienes hambre, sientes urgencia de carbohidratos; pero cuando tienes que hacer una jornada completa de trabajo físico, lo que quieres es algo que te haga aguantar y que te rellene la panza, no algo que nutra -aunque eso sea lo que necesites-. No todos tienen en qué cocinar. No todos tienen en dónde guardar los alimentos. No sabes hace cuánto no ha comido esa persona que no puede esperar a preparar algo, que ni siquiera podría esperar a lavar esa verdura que debería escoger.
Luego, están los gastos sin sentido. Sin sentido para quien mira de fuera, por supuesto. En México la fiesta de quince años de cada hija, puede dejar a la familia endeudada hasta que llegue el día de endeudarse con la boda. Pero es que cada quien da a los suyos lo bueno que tiene, y sacamos lo bueno que tenemos de nuestro bagaje cultural. Cuando todos tus días son de esfuerzo tras esfuerzo por apenas sobrevivir, cuando el panorama no es para aspirar a una mejor calidad de vida, cuando tienes que soportar un trato discriminatorio en lugares públicos, y un trato ofensivo en el lugar de trabajo, ¡claro que te aferras a lo que te ilusiona! Claro que quieres ese evento grande donde un día eres muy importante, y vas a hacer lo que puedas por conseguirlo: también lo inconveniente. Es que no es lo mismo ganarnos la vida en algo que nos realiza, que gastarnos el cuerpo para mal-dar de comer a la familia. En este último caso, por supuesto que se hacen necesarias esas caguamas de cada viernes. Si no, ¿cómo aguanta el alma? Se me puede ocurrir cómo, por supuesto; pero se me ocurre desde mi posición frente a la lap, con música bonita y una red de personas apoyándome.
Al final está lo peor de lo peor: la decisión de tener hijos. Hay gente que si sintetizamos su pensamiento, lo que queda es la sentencia de que los pobres no deberían reproducirse. Otra vez: objetiva y fríamente, tendrán razón, al menos en cuanto a la cuestión práctica de cómo mantener a los pobres niños. Si apenas puedes contigo, ¿cómo se te ocurre traer otra persona al mundo?, ¿y otra más? Casi se disculpa que la ignorancia provoque embarazos, ¿pero que quieran... que busquen tener hijos? Como si no sintieran la misma necesidad de trascendencia, la misma necesidad de amar, el mismo deseo de "hacer familia" que quien tiene la vida económica resuelta. Tal vez tener cuatro hijos, en estos tiempos, sea una locura, y tal vez sea rematadamente insensato si vives en un cuartito; pero no sabes si Dios le dijo a ese par de corazones, que tenía que llegar ese "hijo número cuatro". ¡Vale!, que viene más a la mente una pareja de descuidados que de nuevo han "metido la pata"; pero es que no sabes. Y este reconocimiento de "no saber" sobre la realidad del otro, debería ser lo que más pese en nuestra mirada.
No se vaya a pensar que estoy en contra de la educación financiera, de la promoción de la salud o la planeación familiar. Estoy en contra de ver al otro por encima y juzgarle con dureza.
Compartir conocimiento es una obligación moral es muchas circunstancias: si sabes cómo "salir del hoyo" -o como asomar la cabeza-, qué bueno que puedas decírselo a quien está en el hoyo; pero mira con qué actitud lo estás haciendo.
Silvia Parque