Revista Diario

No le olvides nunca

Publicado el 19 marzo 2010 por Candreu
No le olvides nunca
La semana del día del padre ha sido un poco más tranquila. Sesiones en el País Vasco, Zaragoza y Segovia me han permitido dormir casi todas las noches en casa. Y sobre todo he podido celebrar anticipadamente el día del padre navegando con Alicia el martes por la costa Vasca. Alquilamos el Beti Aixe en Fuenterrabía. Un velero de 12 metros que gestiona fantásticamente bien la gente de Navegavela Servicios Náuticos y disfrutamos de un excelente día de sol, surcando el Cantábrico hasta Saint Jean de Luz con vientos de casi 20 nudos que nos permitieron alcanzar velocidades de casi 8.
Pero independientemente de que sea fiesta laborable o no, esta semana tiene para todos un eje central: el día del padre. Cuentan que había una vez una familia que vivía en un enorme cortijo en el campo en el que cultivaban enormes extensiones de cereales, frutales y olivos. Los hijos fueron creciendo, se casaron y los padres fueron envejeciendo. Todos vivían en las distintas edificaciones del latifundio. Un día, reunidos en la casa familiar en una cena los hijos le propusieron a su padre que dejara el cortijo, repartiera su herencia y se fuera a vivir al pueblo para que descansara de sus preocupaciones. Que les dejara el campo a ellos, que eran jóvenes, que a él no le iba a faltar de nada.
El padre no respondió. Guardó silencio. A la mañana siguiente durante el almuerzo en mitad de las faenas del campo, el padre pidió a los hijos que cogieran un nido de jilgueros que había en un árbol situado en el centro de la finca y metieran a los pajaritos en una jaula y la colgaran junto al nido observando cada día lo que pasaba.
El jilguero y la jilguera pasaban más de veinte veces al día por la jaula para llevar alimento a sus pequeños a través de las rejas. Los pajaritos iban creciendo cada vez más y más. Cuando ya eran tan grandes como sus padres, el padre pidió a uno de sus hijos que mediante una pequeña trampa situada en la rama sobre la que colgaba la jaula cazara a los jilgueros padres.
El hijo hizo lo que su padre le había pedido y al poco rato los cogió. Dijo el padre: "Ahora suelta a los jilgueros hijos y encierra a los padres a ver lo que pasa". El hijo obedeció. Los jilgueritos salieron volando contentos y felices. Los padres quedaron encerrados en la jaula. Al día siguiente estaban muertos de hambre porque ninguno de sus hijos se acordó de acercarse a llevar alimento. Los hijos jamás volvieron a plantear a su padre el tema de la herencia.
¿Seguro que sigues alimentando a tu padre como él necesita?

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