Lo siento, pero en general no me gusta que me toquen. Ya sé que esto es algo que me critica una compañera de trabajo -y en general, también mi madre, aunque no se por qué, ya que ella es la Dama de las Nieves....-, pero tocar es casi como poseer.
Tocar es sentir y dejar que lo más íntimo de aquello que es tocado se transmita a tu ser. Deslizar los dedos es sacar el alma de las teclas de un piano -el piano de mi abuelo, el que tocaba mi padre, donde yo aprendí a desgranar la música. Acariciar las palmas del ser querido o abrazar apenas con las puntas para dar consuelo. Dejarse tocar es reconocer al otro que eres un poco suyo.
Por eso no me gusta que algunas personas se apropien del derecho a rozarse con lo que va más allá de mi piel sin que yo antes no se lo haya hecho notar... Por eso no me gusta ese momento en el que, en el parque, mi suegra intenta hacerme suya en su familia y me toca la pierna mientras habla conmigo de la enésima batalla...