Tiré tu última carta a la basura. Le eché yerba a tus letras, media empanada, las sobras de una ensalada condimentada con miel y aceto balsámico, y tres ravioles que sobraron del almuerzo. Durante el día de hoy, cada vez que destapé el tacho, me detuve con placer en tus palabras que se fueron manchando de verde, de marrón; deshaciéndose en el llanto del agua del mate y el jugo de los desperdicios. Te hubieras sentido horrible si veías tu expresión convertirse en desecho. Y como no lo viste y quiero tener con vos la consideración que merecés, te lo cuento, para que sepas de qué forma me cago en tus sentimientos, de qué manera contundente no te quiero; cuánto te desprecio. Sos el destinatario de la mirada de la otra cara de mi moneda. Y te felicito: es un premio que ganaste por todo tu trabajo, diría, sobrenatural. Tu aptitud para el acoso y el manoseo de la paz ajena calza justo enel trajede un gran dictador. Funcionaste como un reloj moderno. Bravo por vos y mal por mí, que no me di cuenta de tirar tu carta al inodoro. Tal vez hubiera sido una forma más cabal de decirte: andá a la mierda.