Soy de los que, algunas cosas, las hacen a último momento, después de haber sufrido por “eso que tengo que hacer y no tengo ganas”.
“Tarde, pero seguro” es la frase bien argenta que suele bendecir ese momento heroico en que hemos vencido, una vez más, la procrastinación.
Si hay una palabra que me ha dado vueltas los últimos días es ésa: procrastinación. Es un término que aparece, como las tediosas tareas pendientes, cada vez en más textos que leo. En algunos se lo califica, como leí en un portal católico, como “el pecado más importante de estos tiempos”, en otros – no me alivia en lo más mínimo – se lo considera un escalón previo a ciertas formas de depresión. Sin duda, estoy ante un comportamiento moderno, cada vez más intenso, y hasta con cierta connotación viciosa, ya lo sabrán.
Según la comunitaria Wikipedia “ la procrastinación (del latín: pro, adelante, y crastinus, referente al futuro) o posposición, es la acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes y agradables”.
Las costumbres más interesantes de este siglo, como las adicciones, el cibersexo, la ludopatía, la falta de compromiso, el desinterés por la política y el progreso personal… uff… casi todo! Es producto del llamado “arte de postergar” considerado el enemigo número uno de la falta de productividad de las personas y de algunos grupos sociales.
La sensación de “estoy perdiendo el tiempo” o “se me fue el día y no hice nada”, o “pierdo el interés en mis obligaciones”, se ampara en la procrastinación, es decir cuando todo se demora – porque queremos o porque no podemos – y no logramos llegar a un objetivo. Para nuestras abuelas no seríamos más que unos vagos u holgazanes, pero estamos hablando de una patología que poco se la conoce y divulga.
Si no, lean www.procrastinacion, un portal dedicado al tema en donde leemos:
“La procrastinación se manifiesta ante todo como una pésima gestión del tiempo. El “procrastinador” suele o bien sobrestimar el tiempo que le queda para realizar una tarea, o bien subestimar el tiempo necesario -según sus recursos propios- para realizarla. Éstos son solamente un par de los muchos autoengaños en los que el procrastinador incurre. Como veremos más adelante, una de las actitudes típicas de un perfil determinado de procrastinador es la excesiva autoconfianza., una falsa sensación de autocontrol y seguridad. Por ejemplo, imaginen que se nos da 15 días para presentar un informe. En nuestro fuero interno estamos convencidos que solo necesitaremos 5 días para hacerlo, incluso menos. En ese momento pensamos “hay tiempo de sobra, no es necesario ni siquiera empezar a hacerlo!”. Y se posterga día tras otro una tarea que no solamente no nos ilusiona hacer, si no que, en cierta manera “ya hemos terminado” en nuestra mente confiada cuando ni siquiera hemos movido un dedo por ella. Al acercarse el plazo de entrega de forma peligrosa, de repente, nos damos cuenta de que no seremos capaces de cumplir con la tarea que se nos ha asignado. Entonces pensamos “No tengo esto bajo control, no tendré tiempo!!” y comenzamos a trabajar en ello de forma atropellada, con una gran carga de estrés”.
Por si faltaba algo hice el test que la página propone para saber si uno es o no procastinador y me sale “¡Cuidado! La procrastinación llama a tu puerta. Haz que alguien revise tus tiempos…”, lo que no me deja nada tranquilo.
Quizá lo más discutible de esta actitud sea el reemplazo de las obligaciones por placeres, mientras se pueda pilotear y tener de qué vivir, ¿no es eso lo mejor que podemos hacer de nuestra vida?. Estoy convencido que los placeres bien vividos mejoran el humor en la vejez por eso de ¿quién te quita lo bailado?.
La verdad que es un tema apasionante que revela un mal de muchos, sino díganme por qué hay tanta gente haciendo trámites los viernes (son los que quedaron postergados toda la semana), porqué hay colas en los supermercados el día de nochebuena (¿no se pueden hacer las compras con anticipación y evitar ese tedio?) y porqué hay una siempre una madre buscando una librería abierta un domingo, para comprar el mapa que su hijo necesita llevar a la escuela el otro día.
Nos acostumbramos a hacer las cosas a último momento con el riesgo de que salgan mal o desprolijas, hay equipos de trabajo en empresas que actúan de la misma manera, lo que revela una falta absoluta de productividad basada en la ausencia de motivación. Yo me pregunto ¿Es primero la procrastinación y luego el estrés, o a la inversa? ¿El huevo o la gallina?.
Hay mucho software para la compu que ayuda a organizar el tiempo y encontré en estos días unas aplicaciones android que ayudan a recordar nuestras obligaciones con cierta insistencia, alguien también dejó un decálogo que ayudaría a evitar la procrastinación:
1) Trabaja en algo que verdaderamente te apasione, te inspire y te quite el sueño.
2) Si tu trabajo no te apasiona, no te inspira y te quita el sueño pero por culpa de las preocupaciones, tergivérsalo en tu mente para que parezca una aventura apasionante
3) Cambia frecuentemente de lugar de trabajo. Si es posible, llévate el ‘laptop’ a una cafetería remota, modifica la disposición de tu despacho, cambia las luces, pide a un colega que te invite un día a trabajar desde su oficina… Si puedes, trabaja una temporada desde otro país.
4) Practica deporte físico y combínalo a partes iguales con otro deporte de estrategia, como el ajedrez, el golf o los bolos.
5) Si no puedes cambiar con frecuencia tu lugar de trabajo, procura no trabajar a solas.
6) Rompe, en la medida que puedas, las normas y los protocolos. Atrévete a escribir un informe siguiendo tu propio diseño y reglas. Inventa modificaciones creativas sobre las tareas que tengas que hacer.
7) Idea formas que puedan llevarte a romper récords propios tuyos en productividad personal. Inventa competiciones imaginarias contigo mismo, sin premios y con tus propias reglas.
8 ) Procura llevar una dieta completa y equilibrada, con desayunos energéticos y alegres.
9) Acompaña tu jornada de tareas con una música rítmica y algo desenfadada
10) Aprende a convivir mano a mano con tu enemigo: tus fuentes de distracción. Trabaja con las ventanas del Facebook, Twitter, correo, etc. siempre abiertas y siempre descansando en paralelo a las ventanas de tus tareas. Te seguirán distrayendo, pero acabarán integradas y controladas por ti y no vice versa.
Fabián Scabuzzo
PD: Obviamente, escribí este artículo en vez de hacer otras cosas que tengo pendientes.