La verdad es que no comprendo porqué estallo así hoy, pues he tenido días peores que éste y habrá muchos más, de ahora en adelante, que lo superen (se me ocurren mil y un motivos), pero es como me siento en este preciso instante, y necesito ahogar esta rabia de algún modo. Creo que el detonante ha sido encontrar una vieja billetera con fotos de personas que tuve por grandes amigas, y cuya amistad ha pasado a la historia de un plumazo. Y dado que no soy de ahogar mis penas ni en drogas ni en alcohol, este medio me parece tan válido como otro.
Lo cierto es que analizo las horas de este martes siete de noviembre, y no veo ninguna señal que me haya llevado a este abatimiento inabarcable que, amenaza con estrangular mi cuello y mi corazón hasta morir, pero de verdad que querría borrarme del mapa. Tal cual. Como suena. Y no hablo de suicidio. Hablo de la sutileza de una invisibilidad y una mudez reales que me hicieran desaparecer del mundo trasladándome a otra dimensión o a otro planeta, o yo qué sé. Pero eso sí, me encantaría poder mantener en ese limbo particular mi sentido del oído. A ser posible más agudizado que hasta ahora, porque está claro que las puñaladas traperas pueden venir de cualquiera y te asestan el golpe de gracia, justo cuando menos te lo esperas. Me viene a la mente, un comentario sobre mi persona que ha llegado a mis oídos por buena fuente, y que salió de boca de alguien a quien había aprendido a apreciar de nuevo. En fin, supongo que con ciertas personas no escarmiento nunca. Y ojo no soy ninguna santa, máxime cuando cada día descubro un nuevo defecto propio, y me doy cuenta de que, los años me han convertido justo en aquello que mi yo de juventud, más odiaba. Eso sí, me queda la esperanza de saber que a veces, atisbo un poco de ese yo primigenio, que permanece leal a los grandes valores, perdidos, al parecer, por la inmensa mayoría de los mortales.
Si analizo el día de hoy, y mi vida en general, ni siquiera tengo derecho a estos lamentos, porque gracias a Dios los míos y yo contamos con buena salud, que al final es lo más relevante (en estos últimos tiempos he aprendido a valorar esto como nunca).
A veces ni yo me reconozco. Puede que parte de esta rabia desapareciese con un abrazo sincero y espontáneo, no de esos forzados que se dan de vez en cuando por puro compromiso, ni esos que se dan de broma entre amigos. Sino uno auténtico, de esos de verdad, que no recibo desde hace demasiados años. Por eso yo tampoco doy abrazos con frecuencia, porque cuando los doy me gusta sentirlos crecer de dentro hacia afuera y que me calienten el alma, y se lleven parte de mí para arropar a la otra persona, y los doy cuando quiero, cuando me nacen; en cambio, percibo que los que se me dan no son más que simples migajas. Por eso los rechazo. A nadie le gustan los puñales disfrazados de abrazos, disfraz que ni se creen los brazos que los crean. Tampoco me gustan los que vienen de la persona inadecuada.
Y, lo siento, llegados a este punto, voy a soltar tooooooooooooda la mierda que llevo aguantando durante años, porque si no voy a reventar:
- Estoy harta de que me utilicen. No soy la marioneta de nadie. Tengo mis propias opiniones acertadas o no, pero las defiendo como cada cual hace con las suyas. Y si al final cedo, lo hago por convicción, no por debilidad.
- Estoy harta de que los tíos sólo me quieran para echar un polvo. ¿Cuándo va a llegar un tío que de verdad quiera descubrir más allá de lo que ve, o mejor dicho, más allá de lo que su piiiiiiiiiiiiiiii le pide? No soy ni la tía más guapa del mundo, ni la más sexy. De hecho, si hubiese un ránking, probablemente estaría en lo más alto en cuanto a tía corrientucha. Y a decir de algunos "aburrida, simple y llanamente porque no me abro de piernas, ni dejo que mis bragas caigan al suelo con el primero que pase. Así que bueno, quizá en eso he sido más fiel a mí misma que en otros terrenos. Y tampoco es que sea una romántica recalcitrante, pero de verdad que quisiera que alguien se acercase a mí y fuera tan sincero conmigo como yo suelo serlo. No creo que sea mucho pedir, encontrar a alguien que no quiera cambiarme. Me gusta patinar; leer (aunque leo casi de todo, sé qué no leería jamás)... Puede que no sea una gran melómana pero tengo mis preferencias musicales que no han de ser necesariamente las de otros y no me va la vida en tratar de metérselas por los ojos ni los oídos a nadie.
- Estoy harta de la gente que se inmiscuye en la vida de los demás.
- Estoy harta de la gente que se granjea la amistad de otros a base de elogios, para luego ponerles a parir en cuanto se dan la vuelta.
- Estoy hasta el mismísimo de que haya gente que se lleve los méritos del esfuerzo ajeno. En este caso me refiero a mi propio esfuerzo. Lo siento, hoy tengo el modo "egocéntrico" on.
- Estoy harta de que haya alguno que en su propio egoísmo dedique el 90% de su jornada laboral a no hacer nada salvo: fumar, tomar varios cafés a cual de ellos más largo, merendar y sobre todo a disfrutar de sus aficiones en su propio lugar de trabajo (léase fútbol, videojuegos, etc...), mientras la tonta de turno, léase yo, trata de sacar el trabajo adelante a pesar de lo injusto de la situación. No obstante, el sumun de ese hartazgo radica en que el susodicho tenga la desfachatez de marcharse siempre antes de hora. Imagino que agotado de puro cansancio por sus quehaceres laborales.
- Estoy harta de que ese esfuerzo extra de sacar adelante mi trabajo más el de otros esté amargando mi carácter. Y desde fuera se me tache de "malfollada" o cosas peores, cuando quien me califica de esa manera no sabe de la misa la media.