Me temía que algún día llegase a pasar, que la tortura de vernos y querer tocarnos me llevase a escribir para intentar que dejase de doler.
Y ojalá tuviese trazado un plan y como quien coloca las piezas de un puzzle pudiese entender qué llevas en ese corazón en llamas. Y ojalá el casi hubiese decidido adentrarse en la aventura y vivir para recordar aunque solo fuese para evitar que duela cada zona que haya rozado tu sonrisa y así, poder equilibrarme en tu mirada. Pero la vida todavía no te ha dolido lo suficiente y vuelves a lamentarte en imperfecto. Pero no quiero un diciembre sin ti, no quiero una resaca sin tu sonrisa en mi pecho, no quiero que vuelvas a decirme que nada puede ser cuando queremos darnos todo.
Y aquí estoy, con un cigarro en la mano, intentando hacer círculos como las ruedas de aquel tren el que decidiste marcharte. El humo llega hasta mis pulmones sin que yo me dé cuenta y creo que fue así como quemaste mi corazón.
Recuerdo que también quise dejarlo, pero cuando llegó el día en el que empezó a doler, mi corazón ya estaba hecho cenizas. A veces me pregunto si no viviríamos mejor en el mundo de los muertos, las palabras ya no significan nada y podría enamorarme del silencio.