Empiezo a necesitarte.
La necesidad golpea al corazón de manera contundente y despiadada. No hay nada peor para un ser humano que necesitar. El fucking deseo que se saciará si te veo; si cuando te veo, veo que querés verme; si hay un tubo recíproco que se extiende desde la punta de tus pies hasta el rulo que siempre se rebela en el flequillo.
Algo duele.
Algo oprime.
Es la angustia que sube desde el estómago hasta la garganta, y ahí vuelve. Es un regurgitar constante y ácido.
Siento que a su vez el aire no entra por las fosas nasales. Estoy a punto de morir de ausencia. La novela enlatada made in Turquía se instala en la cocina de mi casa con música de fondo: una de esas bandas de sonido de una película de Hichcock.
Estoy atrapada en la desesperación. Quiero morirme pero soy cobarde. Quiero fallecer de amor pero la ciencia niega que semejante contratiempo pueda terminar con mi vida. Quiero dormir todo el día pero tengo que hacer.
El “tengo que hacer” me salva del querer trepar el acantilado y tirarme al mar justo sobre una roca. No hay mar ni acantilados por la zona pero eso sería un problema menor.
¿Qué estarás haciendo? ¿Pensarás en mí? ¿Tu vida es tan miserable como la mía? ¿Dormíste anoche aún sabiendo que mis hipos existenciales me hacen saltar bajo las sábanas?
Te llamo intermitentemente. No hay cobertura. Yo no tengo cobertura. Ha quedado mi alma tirada en el descampado. Necesito un seguro contra todo riesgo. Un seguro que me defienda de mí misma.
Al día siguiente volvés. Me digo que estoy calmada. Mis ojos desorbitados no dicen lo mismo. Me acomodo el pelo. Disimulo todo lo que pueda salir por la boca y por los poros.
Nos besamos. No sabe a nada. No sos lo que sentí durante las últimas 24 horas. A los diez minutos se instala la monotonía que teníamos en la previa de la semana anterior y en la anterior de la anterior.
Me pierdo en lo obscuro de la copa de vino mientras miro por la ventana cómo titila el semáforo en la calle. Todo se ha aquietado. Ahora el vacío.
No sos vos, soy yo.
Patricia Lohin
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