Amor, no te fíes de mí. No lo hagas nunca, como yo no confío en ti. Hacerlo es afirmar que no tienes imaginación y que nunca soñaste que te abandonaba tu sombra y volaba sola. Quien jamás soñó imposibles siempre me ha inspirado recelo. Y yo no confío en ti, pero nunca querría tener que mirarte de soslayo.
Confiar lleva inevitablemente a la confusión, a la tristeza, a la decepción.
Es mejor que abraces la realidad, amiga franca cuya amistad nunca decepciona.
No aniquiles lo que tenemos con la fe ciega.
No te fíes de mis besos, de mis caricias ni de mis abrazos. No te fíes de mis promesas de amor, de mi sonrisa sincera al decirte que te amo, de mis regalos a destiempo, de las flores que te llevo a casa porque sí, de nada de lo que digan mis labios.
Recuerda nuestra entrega de los primeros días, sin promesas, sin miradas cómplices, sin nada que ganar ni perder.
Recuerda...
Sin confianza ni desconfianza tampoco.
¡Qué bien lo pasábamos cuando solo eramos piel! ¡Cuerpos entregados en ese juego del pilla, pilla! ¡Jugabamos a entregarnos porque nada esperábamos! ¡Qué bien estábamos sin la fidelidad en la cabeza! ¡Solo cuerpos húmedos y calientes! ¿No echas de menos eso? ¡Yo sí!
Vuelve a no tener nombre, aunque solo lo hagas por mí. Pronto será catorce de febrero y quiero que tu cuerpo sienta. ¿Dónde se fue aquella persona de la que me enamoré? Cada vez que me dices que confías en mí, matas un poquito lo que soy. Regresa, amor, a lo que fuimos.