Podemos controlar conductas de otros cuando tenemos con qué y sabemos cómo. O influirlas mucho, pues. Se supone que lo hacemos por el bien de los hijos, por ejemplo. Hay que tener mucho cuidado con ese poder.
Cuesta dejar ir a quienes amamos por donde deciden, cuando nos parece rotundamente equivocado. No sé si eso cuesta más que aceptar la pérdida del poder y de la influencia sobre ellos, es decir: aceptar que aunque eligiéramos no respetar, no hay modo de incidir en el rumbo del otro.
Silvia Parque