Revista Literatura

No tengas miedo

Publicado el 20 mayo 2020 por José Ángel Ordiz @jaordiz

-¡Basta ya, Alba!

La chiquilla acusa la exclamación del padre, la bofetada oral. Pero no recurre a las lágrimas, sino que, muy seria, mira a Pepa para no ver, al otro lado del ventanal del salón, por el que puede pasarse directamente al jardín del chalé, cómo el árbol cercano a una de las farolas encendidas, ese árbol dormido durante el día, mueve ahora las ramas, todas, para burlarse de ella, de su miedo. Sentada en uno de los brazos del sofá, Pepa, seria también, le devuelve la mirada y suspira, y dice, La asustarás más todavía con esas voces.

"Gracias, Pepa"

El faldón de la camisa fuera del vaquero, Alejandro deja de acosar a la hija para encararse con Pepa, para exigirle, ¡Tú te callas!

Lejos, en el centro de la ciudad, quizá fuma Ángeles un cigarrillo asomada a la terraza del ático. Alba no quiere pensar que el hombre calvo esté con ella, que el brazo velludo del que pretende ser su padrastro -No sé por qué me cae tan mal, la verdad- ciña la cintura de su madre mientras los acaricia el viento nocturno que ha despertado al árbol burlón.

Pero ya se enfrenta de nuevo el padre con la hija, la pequeña inmóvil en el asiento con las manos sobre el regazo y las piernas muy juntas, sin alcanzar la tarima del suelo con los pies.

-Los fantasmas no existen, y los muertos no salen de las tumbas, no pueden salir, ¿me oyes?

La voz del padre ha sonado ahora menos agresiva, como si Alejandro hubiera escuchado la advertencia de Pepa a pesar de haberle mandado callar con acritud, una aspereza que a la niña le recordó las discusiones desabridas que mantenían sus progenitores, poco antes de separarse, cuando se dirigían la palabra, cuando al fin quebraban a voces tensos silencios que duraban días.

-¿Me estás oyendo?

Asiente Alba, cabecea levemente.

"Pero tengo miedo, papá"

-Ya no eres un bebé -insiste el padre, bracea-: ¿Te gustaría que tu profesora y tus compañeras del colegio se enterasen de que a tus años duermes aún con la luz encendida?

Alba mira al padre a los ojos, suplica:

-No, papá, eso no.

-¿Ves? ¿Ves como tú misma reconoces que es una tontería el miedo que tienes?... Fantasmas, muertos... Todo culpa de tu madre, que no para de hablar de esas cosas y que te consiente lo que te venga en gana. Pero conmigo no te valdrá. Te pondrás el pijama, te meterás en la cama y yo mismo apagaré la luz.

-No vendré más.

-¿Cómo has dicho?

"Que no vendré más a tu casa aunque seas mi padre, aunque te quiera tanto como a mamá"

-Tengo derecho a verte, ¿no lo sabías?

-Sí.

-¿No te gusta bañarte en la piscina? ¿No comes bien aquí? ¿No vienen críos de otros chalés a jugar contigo?

-Sí.

-Pues eso es lo que realmente importa.

"Ya, pero..."

-Eso y que me quieras un poco siquiera.

"Te quiero mucho, papá"

-Y sé que me quieres, que esa arpía de tu madre aún no ha conseguido que me odies.

"No, mamá no es mala, no es eso que has dicho, que no sé lo que es, la verdad"

-Ella te lo consiente todo, todo... Bonita manera de educarte. Pero yo no estoy dispuesto a consentirte tonterías. Porque lo de dormir con la luz encendida, una luz que hay que apagar cuando te duermes, no es más que una solemne tontuna que no soportaré más... Ya verás cómo te duermes mejor a oscuras que con tanta luz, ya me darás la razón... Venga, a la cama delante de mí... Que tenga que hacer de padre y madre a la vez por haberme casado con esa...

Se levanta Pepa, se acerca a ellos, Ya la llevo yo.

-Pero nada de luz en cuanto se acueste.

-Por favor, papá, por favor.

-¡Alba!

Se apiada Pepa de la chiquilla, de las lágrimas que resbalan por el rostro infantil, sólo dos pero muy gruesas.

-La hiciste llorar.

-Algún día me lo agradecerá.

-Hoy no, desde luego.

-No me recuerdes a mi mujer, Pepa; no me la recuerdes o te despido ahora mismo, ¿me oyes? Callada estás mucho mejor, que esto no es asunto tuyo.

Por el pasillo, la mano de Alba en su mano, rememora la asistenta a la pareja enamorada, la niña el fruto de ese amor eterno que los dos se prometían, un hermoso fruto recién nacido entonces que ahora no es más que el resto de un naufragio sentimental, siempre carente la chiquilla del asidero materno o paterno, ambos necesarios a un tiempo para no andar coja por la vida.

"Si lo sabré yo, que no conocí a mi padre y a mi madre la perdí antes de ser mujer"

Sin más estudios que los primarios, sin familia, Pepa comenzó a trabajar de interna en los dos hogares de Ángeles y Alejandro, en el ático de la ciudad los días laborables y en el chalé de las afueras de la población los fines de semana, poco antes de nacer Alba. Al divorciarse la pareja, tras el reparto de bienes, Pepa quedó al servicio de Alejandro, como si fuera otra posesión del matrimonio, con la condición de adecentar también la vivienda de Ángeles cuando fuese requerida para ese menester.

"Yo que los envidiaba, los dos tan cultos y con cargos tan importantes, tan enamorados, con esta bendición de hija, y aquel día se matan si yo no los separo"

La niña observa la lámpara de la mesita de noche, aún prendida.

-¿Va a casarse mamá con ese hombre calvo y gordo que anda con ella?

Antes de responder, Pepa repasa con la mano el edredón que ya cubre a la chiquilla.

-¿Te gustaría?

-No, nada. No sé por qué me cae tan mal ese hombre, la verdad.

-Tito no deja de hacerte regalos y tú no quieres ni llamarlo por su nombre.

-Tito, menudo nombre... ¿Vas a casarte tú con papá?

-Qué cosas se te ocurren.

"Yo no soy nada para tu padre, nada. Y, además, tampoco quiero ser algo para él"

-Eso sí me gustaría, Pepa. Me gustaría mucho.

-Ah, lista; ahora me doy cuenta.

-De qué.

-Me estás liando para que siga aquí contigo y no apague la luz.

-Tengo miedo. Me moriré de miedo esta noche.

-Que no, Alba.

-Y tú serás culpable también de mi muerte.

-Dejaré esta puerta entornada, y la de mi cuarto. Será como si durmiéramos juntas.

La chiquilla se emboza con la sábana y el edredón antes de que la asistenta apague la luz.

-Pasarás calor.

-Tengo miedo, Pepa.

-Reza, Alba, y duerme tranquila. Recuerda que yo estoy ahí mismo, en el cuarto de al lado.

"Jesusito de mi vida, eres niño como yo; qué miedo tengo, Jesusito, aunque los fantasmas no existan y los muertos no puedan salir de las tumbas. Qué oscuridad, Jesusito de mi vida, creo que voy a morirme de miedo"

"Fantasmas, muertos, espíritus, ectoplasmas..."

-Bah...

Ahora de costado en la cama, de cara a la pared, de espaldas a la puerta de entrada del dormitorio, sin conciliar el sueño que pretende, no percibe ninguna fosforescencia en la amplia habitación ni tufarada alguna, pero siente de pronto que algo gélido o ardiente se posa en su hombro, una mano o garra imposible que sin embargo vuelve a posarse sobre su piel, a reclamar su atención. En la noche caben todos los temores del mundo y no debe girarse, no debe atender ese reclamo insistente, apremiante, de hielo o fuego, pero es el propio terror el que gobierna su voluntad.

El grito vesánico de Alejandro, interminable, convierte en añicos el silencio nocturno.

La niña se ha meado y el corazón se le ha escapado del pecho a la mujer cuando Alba y Pepa se juntan en el pasillo, al amparo de los chorros de luz procedentes del techo, de los focos cenitales incrustados en la escayola. Miran las dos hacia la puerta del dormitorio del propietario del chalé, la niña meada más convencida que nunca de que sí existen los fantasmas y de que los muertos pueden cobrar vida y salir de las tumbas, la mujer sin corazón recelosa ante la probable presencia en el interior de la vivienda de algún ladrón o asesino.

Entreverado el temblor de ambas, encuentran a Alejandro sentado en la cama, lívido, sudoroso, todas las luces del dormitorio prendidas. Las mira el divorciado, No estaba dormido, aún no. Extiende los brazos hacia ellas, No fue una pesadilla, no lo fue.


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