Este plan, además, prevé la rezonificación de los boliches a un lugar un tanto alejado del centro, para amortizar los problemas por ruidos molestos y la constante contaminación que genera que 10 mil personas transiten en un radio de 5 a 10 cuadras.
Desde mi punto de vista, creo que si bien la Municipalidad puede intervenir, de hecho debe y lo está haciendo con más énfasis por estos momentos, la cuestión de los descontroles provocados por ingestas de alcohol o de drogas o la mezclas de ambas sustancias es un ámbito cultural y bien arraigado en nuestra sociedad. Parecería que la única manera de divertirse y pasarla bien es tomar y tomar hasta que hígado diga STOP; del mismo modo que amontonarse, amucharse, en pistas de baile donde lo que menos hay es baile. Son muy pocos los que, hoy por hoy, se le animan a la danza.
El ámbito del boliche es claro. La mayoría se agolpa en las barras rogando por alcohol (esa mayoría incluye a las damas que tristemente en algunos casos sobrepasan los límites de ingesta de los varones) y no hace otra cosa que beber y tratar de cazar a alguna presa móvil. El resultado muchas veces no es el deseado.
La salida del boliche es otro tema que parece difícil de trocar. Por más que existan controles de horarios aquellos que quieran seguir tomando van a poder hacerlo, siempre existen inescrupulosos que venden alcohol cuando no deben. La cuestión de fondo, es hacer entender que el alcohol puede ser un invitado en la fiesta pero no el único y no el principal. ¿Se puede salir a bailar sin tomar alcohol? La respuesta es si. Tampoco se exigen leyes secas al mejor estilo Elio Pes pero deberá nacer de cada uno el control sobre sí. Para que el Estado no tenga que convertirse en un padre sobreprotector que nos diga cuándo salir y cuándo no.