Ya no es lo mismo.
El aire tibio sigue permitiendo ver la luz dorada hasta las diez de la noche, en una noche-tarde que no pertenece a ningún mundo. A esa hora, el salitre debe ser el olor del cielo. De día, el sol sigue poniendo la piel color café doble. Los lunares siguen apareciendo, color café con hielo.
Pero no es igual.
Esta cita obligada para hundir los dedos en la arena y escapar de los cementos, cuando el mar no para. Y sin embargo, todo se ha quedado suspendido.
Hoy dije la verdad. Lloraron los insensibles y tembló la tierra.
De fondo se escucha retumbar el aire, fuegos artificiales, cualquier estallido. Siempre hay alguna celebración en verano desde la que se lanzan cohetes. Un sonido lúdico. El mismo que acompañó los folios vacíos iluminados en precario.
En aquellas hojas se esbozaron ideas importantísimas, y son justo las únicas hojas que ya no conservo. Idea perenne que no conseguí arrancar, porque las líneas azules distorsionaban el tamaño del hueco vacío. Aquella marca de un inicio nuevo, del todo por llegar, quién sabe. Ahora todo está por llegar, quién sabe, pero la sombra radiante grita: puede que no llegue. Nunca.
El bolígrafo parecía no tener tinta suficiente y estaba nuevo. Fallaba a cada rato con interrupciones de tu barba. La hoja empezaba a disolverse con tu hombro desnudo, y un largo mechón de rubio oscuro y de nuevo tus pestañas.
No me mires así de azul. Por favor.
Te echo de menos y nunca imaginarías cuánto.
Lárgate.
El bolígrafo nunca lo escribió. Al día siguiente, tampoco el teclado. Y nunca más se supo de tamaña ridiculez. Quedó enquistada. Creciendo silenciosa.
Primera y última inutilidad del teclado. Porque conozco el tacto de mi teclado como conocí la disposición de las notas en aquel otro de música; no me hace falta mirar la pantalla para saber que escribo correctamente lo que voy pensando. Igual que producir música, la conexión entre el sonido que buscas y la disposición exacta en su sitio. Eso es tener oído.
De hecho, ahora estoy con los ojos cerrados. Si acaso miro un segundo la pared desnuda en blanco de la que se cayeron las postales.
No es el mar, eres tú el que huele a salitre dulce. Tengo que escribir la hoja perdida.
Aunque el verano sea otro...
...no te vayas.