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Noche Estrellada

Publicado el 06 noviembre 2010 por Igork

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Portada del relato Noche Estrellada.

Con la escritora Patricia Muñiz, de Páginas Frenéticas, hemos iniciado una serie de colaboraciones literarias, de esas gobernadas por los vientos. Y por eso resulta divertido.Quiero presentaros el relato Noche Estrellada, una historia con muchas voces y líneas que aparenta ser un amasijo pero que como veréis tiene un mismo barniz: la mordedura y una atrevida sagacidad de alguien que representa el espíritu alternativo, fresco y descarado del vivir la cultura a su manera. Y en eso me recuerda a los Cimocs y Zona 84 de los que parloteaba el otro día.Patricia me convenció de traducir al catalán el relato «Siesta» (La Migdiada) y publicarlo en su blog. Ha sido la segunda experiencia de traducción en una vía de doble sentido que promete ser interesante.Aquí NOCHE ESTRELLADA. Espero que la disfrutéis.
Las líneas continuas de la carretera pasan ante mis ojos como rayos lácteos.
El aire agita mi pelo. He entornado los ojos y mirado al cielo mientras que Elvis Presley sigue meneando sus caderas sobre el salpicadero. Y todo porque he sacado la cabeza por la ventanilla para hablarte a ti, noche estrellada.
En tus constelaciones se encuentran los mapas de los caminos. Sólo hay que fijarse en la estrella más hermosa para encontrar un futuro hacia el que avanzar. Porque en ti hay movimiento y así me gusta a mí. Me gusta la introducción, el nudo y el desenlace con sorpresa final. No me gustan los relatos que estampan contra sus muros imágenes de otros.
Ahora el auto rebota en la carretera llena de baches y las contorsiones del Rey del Rock me producen angustia. Es la perversión de la imagen convertida en icono.
Iconos de iglesias. Clubs de jóvenes cadáveres. Cantantes, actores, modelos. Tabacos, bebidas, coches, sopas y marcas. Todo es lo mismo. Imágenes sin carne, ni hueso, ni sangre. Fotos sin respiración ni palpitaciones. Hombres de hojalata con los que nos adornamos porque nos gusta sentirnos cerca de lo que nos gusta. Será que confiamos en algún tipo de contaminación espiritual.
Es más fácil definirte por la marca de la ropa, que por cómo se combinan los colores. Es más directo explicar la música que escuchas, que mostrar la que compones. Comentar lo que lees, que enseñar lo que escribes. Recitar versos de otros, que atreverte con tus propias rimas. Rugir todas las críticas, que crear desde la nada.
¿Y qué hay dentro de un ser que ni compone, ni cocina, ni hace versos? Tal vez sólo exista “el gusto” acompañando al vacío más absoluto. Un abismo al que sólo puedes asomarte agarrado a esos iconos que te contagian de fe.
James Dean, Marilyn Monroe, Jim Morrison, Janis Joplin, Jimmy Hendrix, Kurt Cobain…Y Elvis con su traje de lentejuelas bendiciéndolos a todos. Tupelo en las patillas fetichistas a prueba de viajes en el tiempo que una legión de seguidores lucen sin complejos. Admiradores de cualquier parte del mundo, de todos los sexos y edades sueñan con ser Elvis y arrinconan la realidad ¿La qué? La realidad. Sí, aquello que queda cuando te quitas el disfraz.
Todos tenemos un Graceland, una tumba que adorar, un cadáver a través de cual definirnos. Somos seres conceptuales. Por art serigrafiado para decorar los pasillos del aburrimiento. Y aunque nunca me lo hayan preguntado, hoy a ti, cielo estrellado, te explicaré que les hubiera dicho que el Surrealismo Pop es más de mi gusto. La historia que subyace bajo el icono.
Pero nunca me escuchan cuando ladro. Creen que sólo pienso en comer, y me llaman cariñosamente “gordito” a pesar de mis lamentos. Porque cada noche, cuando me quitan el disfraz de Elvis y me quedo a solas con mi realidad canina, me atrapa el desconsuelo. Y entonces recuerdo la historia del cura que tuvo que escoger entre la religión o su amada. No recuerdo quien la escribió, quien me la explicó o en dónde la leí. Pero se repite en mi mente como un disco rallado. Será por la impresión que me causó ese hombre aturdido que escogiendo el amor lo perdió todo. Porque ella, de lo que estaba enamorada, en realidad, era de sus hábitos de monge. Y al quitárselos, le abandonó.
Del mismo modo, noche estrellada, a todas horas temo ser abandonado en cualquier carretera. Y posiblemente ese será mi destino el día en que pierda mi peluca de Elvis.
¡Guau!
Patricia Muñiz Olivera © 2010

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