Imagen robada de Google
La noche cae
como una manta sobre el grisáceo asfalto de la ciudad.
Almas
solitarias salen en busca de otras almas solitarias para fundirse en uno, como
los gatos, que de noche son pardos y salen a buscar comida entre la basura. Y
yo, que seguramente sea el alma más solitaria y maltrecha que pisa sobre los
adoquines informes de la calle, solo busco un bar abierto para tomar el
penúltimo trago de olvido.
Las siluetas
alargadas que proyectan las farolas me hacen recordar tu alma negra jugando con
mis sentimientos y mi cartera.
Aún recuerdo
tu sonrisa, mientras clavabas el tacón de aguja de tus zapatos rojos en los
cuatro pequeños trozos que quedaban de mi corazón hasta reducirlos a nada.
Cuantas
veces he pensado en acabar con mis sufrimientos intentando olvidarte, pero mi
mente que trabaja autónoma en mi cuerpo, no tiene la menor intención de hacer a
un lado.
Hay momentos
que me gustaría emprenderla a puñetazos
contra mi soledad, pues las discusiones dialécticas ya no sirven de
nada.
Pienso en
tus besos de mentira e intento recordar si de tus labios salió alguna vez algún
“te quiero”, pero sé que esas dos simples palabras no existen en tu
vocabulario.
Esta noche
he decidido ir a buscarte y sé dónde encontrarte. Y mientras contoneas tus
caderas escondidas bajo la minifalda ajustada, me pondré frente a ti, y sereno
y calmado te diré que ya no te quiero, que no eres la mujer de mi vida y que te
he olvidado, aunque los dos sepamos que es mentira. Me giraré enseguida para no
verte reír y sobre todo, para que no me veas llorar.