Lo propio, tan eterno.
Lo ajeno, tan fugaz.
Un abismo: el mundo entero.
¡Un parpadeo: la paz!
Adentro todo duele.
Adentro todo llora.
¡A todos les llega la hora!
A todos les llega sin mora
el silencio que suele
ser el último,
ser el íntimo,
ser el ínfimo.
Todos mueren,
y sus próximos, ya o mañana,
desaparecen.
Enteros los mundos,
de historia moribundos,
se desvanecen.
El dolor sólo se calma
reconociendo la finitud del alma.
El dolor sólo se apaga
hundiendo con fuerza la daga.
El dolor te grita con clamor:
¡no al ardor, no a la llama, no al amor!