¡Ojalá sientas en tus carnes cada una de las molestias que tengo yo en este momento! Gritó. Quizá así me entenderías, le espetó dándose la vuelta y dejándole con la palabra en la boca. ¿Pues no me dice que estoy todo el día refunfuñando y de mal humor? Bien le vendría probar un poquito de esto para que se callara para siempre, rezongaba mientras se alejaba de camino a su habitación. Cerró dando un portazo y se metió en el baño. Estaba morada de rabia. ¡Tiene la empatía de una hormiga! Se desmaquilló, se embadurnó con sus cremas, una tras otra: contorno de ojos, serum hidratante y crema nutritiva antiarrugas. Es por la noche cuando la piel se renueva y hay que cuidarse… Grrr, sonó un auténtico gruñido, ese insensible ni se da cuenta de que todos los días dedico un buen rato a untarme de pies a cabeza con todos los productos que llegan a mis manos para mantenerme atractiva y deseable. Aunque realmente no lo hacía por él. Le agradaba verse bien, se gustaba, parecía varios años más joven y lo sabía. Mi trabajo me cuesta. Pero ahora no, en estos momentos se encontraba como un despojo, como un deshecho, como una mierda. Le dolían la cabeza, los ovarios, los riñones y las tetas. Es verdad que no soy capaz de hablar sin bufar, pero podía intentar entenderme y no soltar la frasecita para rematar, ¡qué topicazo! Yo tengo una excusa pero él, ¿qué coño excusa tenía? También está insoportable y yo no le digo nada, le dejo en paz ¿no? Se lavó los dientes y se fue a la cama. La misma rutina de siempre, se sentó, se puso la crema de manos, cogió su libro e intentó concentrarse en su lectura.