Nos damos y claudicamos
Irreverentes permisos.
Nos buscamos en los pasillos
de las articulaciones,
en los vericuetos del vello.
En el semipiso del placer.
En la intromisión mutua
del celo rojo e incipiente
que baja hasta la bodega
donde se maceran elixires
de suntuosas y mórbidas uvas.
Nos encontramos de pronto
con las blandas laxitudes
en permanente espera.
Nos damos la bienvenida
en medio del paciente deseo.
Las rosas sublinguales
del beso absorbente clama
en la plegaria del abrazo.
Mientras las miradas seducen,
los vaivenes de las manos se agitan
en zigzagueantes movimientos.
Cuando el placer incipiente
nos espera y se interpone.
al mutuo tacto y al acto.
En la frecuencia del goce.
En la transparencia donde
la timidez hace caso omiso.
Donde al fin comulgamos de a dos.
Donde la inclemencia orgánica
nos atraviesa con su roja espada.
La libido se retuerce extasiada.
Cómo no vibrar ante la otra vibración?
Cómo no entender que el placer
es, por el placer que se entrega?
La boca en la desesperación plena.
Un derroche premeditado
de salivas lubricantes y permisivas
dan lugar a las raíces cuadradas
de nuestros cuerpos, que resultan
en un solo dígito: el grito final.
ubicándonos exactamente
a mitad de camino, justo allí,
donde comienzan los latidos.