De pequeña me daba por imaginar que nosotros, seres humanos que poblamos este maltratado planeta, éramos muñecas y que el planeta, era nuestra casa (de muñecas, obviamente). Suponía que había algo más, ahí detrás, o mejor, encima de nosotros, algo superior, que controlaba las muñecas, que nos controlaba. A medida que fui creciendo me di cuenta de que el rollo de las muñecas era una absurdez, pero nunca se me olvidó que yo un día creí vivir dentro de la casa de muñecas de algún ser supremo (que era un puñetero coleccionista, tenía más de seis mil millones de muñecas).
Si hoy me tocara ser una muñeca sería Barbie Antisexy o la Nancy Hogareña (qué tierna esta última). Y es que si explico mi estampa... Mira, pues la voy a describir. Estoy aporreando el teclado, cliclic, con un aspecto de andar por casa total: camiseta azul y pantalones de pijama muy anchos de color rosa con topos negros, zapatillas (cuyo aspecto no diré, porque una se describe a sí misma pero no es tonta y tiene sentido del ridículo), el pelo recogido en un moño que se asemeja a un nido de pájaro, las gafas de pasta de una de las chicas del un, dos, tres y la nariz enrojecida por los últimos achaques de mi sistema inmunitario de mierda, que finalmente, como buen guerrero, ha vencido al resfriado. Y aunque hoy es viernes, fuera hace un tiempo de verano y sería buena cosa salir, he decidido que voy a quedarme en casa. Nancy Hogareña total, ¿sí o no?
Los que me vayáis conociendo un poco, adivinaréis sin problemas a lo que voy a dedicar esta genial tarde-noche de viernes. ¿A que sí?