El otro día mi madre me enseñó a hacer flan. No tienen ningún misterio, pero para que yo, una completa inútil en la cocina, aprendiera a hacerlo, pues oye, la cosa requería su esfuerzo. El tema es que hoy, primer día de mis vacaciones, me he levantado pronto y entre muchas cosas que tengo que hacer propias de ama de casa, me ha dado por repetir el experimento y hacer un flan con la receta de mi madre, pero sin su supervisión.
La flanera me mira desde su posición en la terraza (hay que enfriarlo después del baño maría, pobrecillo, con el fresquete que tiene que estar pasando), porque sabe que dentro tiene mi primer flan. Y no sé si los tiempos han sido buenos, si el batido ha sido preciso, si las proporciones han sido las adecuadas. Bueno, esto último sí que lo sé (lo he hecho bien: media docena de huevos, el doble de azúcar, la mitad de leche). La flanera me mira y si yo hablara el idioma de las flaneras (si las flaneras hablaran) le preguntaría qué tal está mi flan ahí dentro. Quiero que crezca, que se quede esponjoso y que tenga agujeritos por dentro, y sin embargo, hasta que la flanera se enfríe, me quedaré con la cosa de si mi flan ha salido bien o no. Y quién sabe, quizá cuando lo abra y lo intente dejar en un plato de forma que baile y se quede consistente, salga un espachurrón de flan y tenga que intentarlo la próxima vez.
Ya os informaré.
NOTA: Esta tarde o mañana voy a actualizar Circus. Siento haber tardado tanto, pero he estado escribiendo algunas cosas nuevas y reescribiendo otras, y me gusta tener un margen de unas páginas antes de seguir subiéndola.
EDITO (algunas horas después): Para aquellos curiosos (o aquellos desconfiados) tengo el resultado del flan de la mañana:
Sí, es un flan normal y corriente (pero casero, casero). Y no, no está espachurrado.
Tooooooma!!!!