Si sirviera quitarse la máscara y quedar desnudos, trasparentes, ante los ojos del aire.
Pero el aire sufre la impureza del escándalo, aquí, la desnudez es lasciva.
En la calle se suceden los desfiles, penitentes ebrios pisan los clavos de los crucificados, las manos de los mendigos, las bocas de los hambrientos, las heridas de los vivos, la felicidad de los locos.
Entablar la huida sería fácil. Huir hacia la contemplación, olvidar la rotación del mundo, desnudos y absortos ante el milagro de una flor de intensísimo azul, minúscula, sobreviviendo en el corazón de una roca.