Mucho se ha escrito sobre la llamada Memoria Histórica, con grandes palabras, grandes gestos, pero a veces uno tiene que hacer los gestos desde lo doméstico, lo de su casa, la Memoria de su familia. Eso hemos hecho en un viaje que acabamos ayer, de diez días por la Ucrania profunda para buscar la tumba de mi abuelo Manuel. Para mi padre con 80 años era conocer, al menos, el lugar donde estaba enterrado, después que desde el año 1936, con cinco años, lo viera partir de aquel "Cabo San Agustín" rumbo a Buenos Aires (luego a Odessa). La Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial, la retención por parte de Stalin, y la nueva familia, le dejó como los viejos barcos varado en el extenso mar de la Unión Soviética, atrapado entre el destino, la intolerancia de los poderosos y el dolor de morirse sin poder volver a España. Allá por Abril empezamos a fraguar un viaje que se ha convertido en casi una aventura, vuelos cancelados, vuelos retrasados, corriendo por el aeropuerto de Niza, maleta perdida, carreteras en un estado lamentable, trenes litera durante toda la noche,... pero unos familiares que allí nos han hecho sentirnos como en nuestra casa, bueno, mejor, porque el cariño, la comida ucraniana, el vodka y la cerveza (pibo) han aliviado los más de cuarenta grados de un país que siempre se asocia al frío. Hemos estado no sólo en Nikopol, donde vivió mi abuelo, sino también en Dnipropetrovsk y finalmente, ya en plan turistas, en Kiev, ciudades de las que prometo ir hablando en mi Cuaderno de Viaje. Y el verano sigue, ahora unos días en Cádiz que la playita está estupenda. Salud.
p.d. Esta semana he tenido el blog un poco "abandonado" pero a partir de hoy os dejaré más cositas del viaje.