Sin duda, son de antología nuestros gobernantes que al estar en la palestra creen que el mundo gira a su alrededor, que su sagrada arrogancia debe ser mirada con admiración y que su razonamiento rayano con la ignorancia debe ser acatado por todos. Porque son autoridades se creen con el derecho divino de disponer de los recursos públicos como mejor les plazca.Hoy que están en el ojo de la tormenta los aviones ejecutivos que su majestad Evo el Austero ha ordenado comprar para sus ayudantes, para que le coadyuven en la pesada tarea electoral, no otra cosa, porque precisamente eso es lo que mejor sabe hacer el presidente; incluso entrometerse en las competencias de los alcaldes para que estos le convoquen al momento de cortar la cinta de inauguración. Y como lo suyo es evadirse de la realidad, pasando el mayor tiempo arriba de las nubes, acumulando inútiles millas de viajero, como los constantes viajes al extranjero que su épico liderazgo le exige, según cantan al unísono todos sus cortesanos, porque Bolivia ya no es la misma de antes, ya que ha dejado de ser la nación pobre e ignorada de Sudamérica para transformarse en la nación pobre pero escuchada, de tanto dar la noticia ridícula y absurda, claro está. Bolivia no es cualquier cosa, qué se han creído estos imperialistas, dijo un ilustre transeúnte, admirador nato de la revolución y coleccionista de retratos de Evo.Mientras el país demanda soluciones estructurales a sus problemas de siempre, es jocosamente desolador que sus principales autoridades que se enorgullecen de sus orígenes humildes anden más preocupados en proporcionarse comodidades de todo tipo para supuestamente efectuar su labor en condiciones adecuadas. Es sumamente “revolucionario” llevar un ritmo de vida en armonía con el odioso capitalismo mientras a la multitud se le proporciona el circo y pan para mantenerla distraída y contenta. Hasta darse el fenómeno incluso de que los más necesitados se convierten en férreos defensores del despilfarro de los capataces. Los que cuestionamos tales excesos, somos tildados de insensibles, envidiosos, enemigos y vendepatrias que no queremos que el país progrese. Con el caso de los aviones, el ministro de Defensa ha llegado al extremo de indicar que los se oponen a su compra estarían incurriendo en un delito grave, el de “homicidio culposo”, literalmente, atentando contra la seguridad física de los gobernantes que, se dice, juegan a la ruleta rusa subiéndose a los viejísimos aviones militares. A tiempo de afirmar que las aeronaves observadas son aptas para múltiples tareas porque son más “versátiles” que la plastilina, sin aclarar que en caso de desastres naturales se desmontarían los asientos de cuero para llevar vituallas y otros aprovisionamientos. Es cierto que el parque aeronáutico de defensa civil es obsoleto y que es necesaria una renovación. Otro cantar sería que los brillantes estrategas de la política y de los cielos estrellados nos dijeran que se van a comprar aviones realmente útiles: transporte de afectados, cargueros, cisternas, de vigilancia, meteorológicos, etc. Que los primeros beneficiados en ocuparlos sean ministros, dirigentes y otros allegados es lo que se pretende, aunque suelten el cuento de que serán para uso militar. En el resto del mundo se están preguntando cómo estos lúcidos bolivianos planean adaptar sus aeronaves lujosas hasta para trasladar perros y gallinas junto a personas, en una suerte de arcas de Noé voladoras. Por si fuera poco, a una dirigente oficialista le pareció insuficiente la idea, según ella, cada ministro debería tener su avión particular. Veinte naves para veinte escogidos. Un país pobre como el nuestro que tiene niños con las barrigas infladas por los parásitos intestinales, pensando en adquirir un juguete millonario para cada apóstol del Tata de los Andes. ¿Dónde se ha visto tamaño despropósito? Curioso que, algunos que de chicos se criaron con ojotas de goma de automóvil y se movilizaban a menudo a lomo de bestia, ahora exijan ser transportados como reyes. Y con viáticos incluidos, como no podía ser de otra manera.