El año pasado, Macondo publicó "Inteligentes, listos, guapos y del montón". Pensé que escribiría lo que pienso al respecto y mis ritmos son tales, que pasaron seis meses; pero aquí está:
Salvo excepciones que confirman la regla, los niños parecen destacadamente inteligentes porque lo son y lo son "destacadamente" en primer lugar respecto a los mayores. Trabajé con niños varios años, observo a los niños siempre que puedo y me queda claro que son increíblemente inteligentes y que la familia, la escuela, la tele y demás, con los años, van atrofiando el pensamiento y la creatividad.
El problema lógico de que no pueden ser "muy" inteligentes todos los miembros del grupo "niños" se arregla considerando que cada cual tiene una inteligencia singular: una destacada inteligencia particular, suya. Los niños pequeños tienen la maravillosa capacidad de ser quienes son y cuando una persona es quien es piensa solo como ella, crea solo como ella. Así son las criaturas hasta que el mundo los convierte en "gente estándar".
Ahora bien: he dicho que la inteligencia y la singularidad van en decadencia conforme se cumplen años. Entre los adultos, la mediocridad es la regla; lo digo en un sentido no peyorativo. Son estos adultos los que valoran y comparan las inteligencias de los niños, así que suelen hacerlo de formas medio tontas. Y ahí tenemos a los abuelos, madres, etc., empeñados en que sus nietos, hijas, etc. son algo que no son, destacan de forma que no destacan, etc.
Luego: para quinto o sexto de primaria, los niños ya han sido saqueados por el sistema cultural y el sistema educativo. Es en este "punto" donde puedo estar de acuerdo con Macondo. Hablando de inteligencia como la capacidad para emplear recursos disponibles, resolver problemas -entre los cuales está el aprobar los cursos- y entender el mundo, en esta etapa de la vida, efectivamente hay unos más inteligentes que otros: pocos muy inteligentes, pocos muy poco inteligentes y muchos medianamente inteligentes. Me resulta odioso que esto sea medida del valor de las personas y la reacción defensiva que eso provoca: el cuento de que todos son muy inteligentes. La gran mayoría y todos los que van a clase tendrán suficiente inteligencia como para funcionar y tener buenas ideas. Eso es suficientemente bueno y suficiente para la vida.
Yo voto por la suficiencia. Pero la sociedad da tal importancia al "ser inteligente" que casi nadie va a aceptar con ligereza y satisfacción: "mi hijo es medianamente inteligente". No gusta, de hecho creo que disgusta lo que Macondo llama "el bendito montón". Se confunde lo mediano y suficiente con lo poco y pobre; además, no se dimensiona para todo lo que alcanza "lo mediano y suficiente".
Quiero decir que si vamos a comparar inteligencias, lo que puede ser otra versión de comparar el tamaño del pene, necesariamente hay solo unos cuantos destacados. Aquí hay mucha tela de dónde cortar: ¿por qué tantos papás necesitan que sus hijos sean "lo más"? La respuesta inmediata podría ser: para dejar de sentirse, ellos, menos. Pero a lo que voy es: la comparación es innecesaria.
Lo innecesario de la comparación me remite al fenómeno de las maravillosas inteligencias de los niños pequeños. Los primeros años de vida son los años en los que más y mejor aprendemos: cosas del desarrollo cerebral -y de lo mucho que necesitamos aprender en ese momento-. Pero lo que queda cuando esta capacidad decrece podría seguir siendo sorprendente si supiéramos apreciarlo. A ver si me explico...
Hay un embrutecimiento general de las masas; pero también hay capacidades valiosas, específicamente inteligencias valiosas en las personas comunes: la inteligencia de cada cual. A lo mejor es que no hemos visto bien y si vemos, seremos capaces de observar todas nuestras inteligencias brillantes y prolíficas.
Silvia Parque