Revista Talentos

Nuestras tristes carreteras

Publicado el 26 enero 2013 por Perropuka

Nuestras tristes carreteras

Foto: www.correodelsur.com

Semana fatídica. En menos de siete días hemos sido sacudidos por cuatro terribles accidentes de tráfico. No son accidentes comunes, o individuales, que suelen ocurrir todos los días en cualquier carretera del mundo.  Viajar por nuestra cuenta es siempre una lotería que el destino nos tiene reservada. Suponemos que confiar nuestras vidas a profesionales del volante disminuye los riesgos. Lamentablemente, los últimos hechos acaecidos parecen revertir esa creencia. No puede ser simple coincidencia. 
En Bolivia, dado que no tenemos ni una sola autovía- de cuatro carriles se entiende-que nos comunique entre las ciudades principales, viajar en coche pequeño es muy peligroso, porque el parque automotor ha crecido casi exponencialmente en la última década, con las oleadas de contrabando que han internado miles de los llamados “transformes”, vehículos japoneses dados de baja y con el volante a la derecha. Este es el único país donde se permite la transformación: trasladar el volante hacia la izquierda, a veces en talleres clandestinos, y conservando a menudo el tablero de los controles en su sitio original. En estos casos un simple choque puede ser fatal para el acompañante, corriendo el riesgo de estrellar la cabeza contra el borde filoso que queda tras el volante. A nadie parece preocuparle la seguridad. No se extrañen que ya hayan ocurrido desgracias por culpa de una dirección trabada. 
La llegada desordenada y masiva de los transformes ha colapsado la capacidad de las carreteras. Antes era relativamente sencillo adelantar a un vehículo lento y pesado. Actualmente, en ciertos sitios se dan verdaderos cuellos de botella, con largas colas, donde todos aguardan su turno para adelantar a un camión recargado. Sortear uno de estos largos vehículos suele ser el mayor riesgo, especialmente para automóviles, que si no calculan bien la distancia puede ser el último viaje. Hace menos de un año, acompañé a uno de mis primos, en su jeep rumbo a Oruro. Con cinturón de seguridad y todo, experimenté temor en ciertos tramos, especialmente en las rectas, donde cruzarse con los enormes buses, por la velocidad que imprimen, suele ocasionar turbulencia. En estas condiciones, aún a 40 kilómetros por hora, impactar contra un bus o camión puede ser fatal. Aunque les parezca increíble, pocos usan el cinturón de seguridad, con la excusa de que incomoda y existe la impresión de que únicamente la gente tonta lo hace. Solo hay que ver la sonrisa burlona, principalmente de los camioneros. ¿Acaso no dije, que este país es de razonamientos absurdos y enrevesados?
Volviendo al principio, es terriblemente preocupante y desolador que en menos de una semana, cinco autobuses, con capacidad de más de cincuenta plazas, hayan sufrido terribles accidentes: dos choques frontales, un vuelco de costado y un embarrancamiento (sí, una vez más en la tristemente célebre Carretera de la Muerte). Sería irrespetuoso entrar en detalles. Bastará con resumir que, entre todos se han cobrado la vida de más de 65 personas (hay algunos desaparecidos que se los llevó un rio impetuoso) y ocasionado más de un centenar de heridos. Lo llamativo de estos casos reunidos es que todos poseen un factor común: ocurrieron a altas horas de la noche. 
Podríamos barajar diversas causas; de ellas, el estado mecánico de los vehículos es la menos probable. Todo apunta a errores humanos, según testimonio de los sobrevivientes: que el chofer se durmió por cansancio, exceso de velocidad, sobrecarga de pasajeros, conducción temeraria y, lo más grave, conductores alcoholizados. Como ejemplo de esto último, un pasajero argentino que resultó con magulladuras, se quejó amargamente que, minutos después del accidente, “el chofer gritaba como loco y tenía aliento alcohólico”. A continuación, relataba cómo buscaba con desesperación una salida de emergencia. “Si el bus hubiera tenido cinturones de seguridad, muchos se hubieran salvado, añadió”. A este inocente visitante habría que contestarle, no sin sonrojo, “bienvenido al tercer mundo, hermano querido”. 
Si algún viajero aventurero viene a visitarnos, le recomiendo que procure no viajar de noche. Ni yo mismo lo hago, las pocas veces que me he visto obligado a hacerlo, iba totalmente alerta. Sé de lo que hablo. Los floteros, como aquí se les denomina, son unos malnacidos, por decir menos.  La mayoría de los incidentes que ocasionan se debe a que consumen alcohol cuando viajan de noche con la excusa de que los mantiene despiertos. A pesar de los controles en la partida, a medio camino se las ingenian para beber en una de esas posadas de mala muerte. Luego ocurre lo inevitable, no hace falta estar borracho para conducir al borde del desastre. 
Casi todos los pasajeros se desentienden del riesgo, echándose a dormir. Así, no es raro que el chofer y su ayudante conviertan el habitáculo de la cabina en una improvisada cantina (con música incluida), mientras el conductor de relevo duerme en uno de los buzones del bus. Luego hacen gala de prácticas peligrosísimas, como el de “torearse” mutuamente con floteros de empresas rivales, jugando a quién es más macho adelantándose. Lo hacen hasta en curvas cerradas. Lo he visto un par de veces viajando en camión, cuando acompañaba a un familiar dedicado al transporte. Estos infames al volante no aprecian ni sus propias vidas, considerando que los buses actuales tienen un diseño con parabrisas panorámico, donde el asiento del chofer esta casi al nivel del suelo, tanto que hasta el choque con una moto puede matarlos. 
Como era de esperar, y con toda la atención mediática encima, las autoridades parecen despertar de su apatía. Hablan de instalar monitores con GPS en todas las flotas (hace más de un año que lo vienen anunciando). La policía despliega operativos mostrándose estricta con los requisitos en las puertas de la terminal. Los choferes soplan en los alcoholímetros mientras las cámaras los enfocan. Siempre sucede lo mismo después de que hay accidentes graves. Luego vuelta a la normalidad. Es decir, el relajamiento de los controles es la regla. Entretanto, todos se echan la culpa de los accidentes. El sindicato de transportistas se queja del mal estado de las carreteras (los huecos en el asfalto que obligan a invadir carril contrario), los usuarios acometen contra la policía caminera por no monitorear en el trayecto. Ésta, a su vez, se queja de la falta de recursos y vehículos para efectuar el control. Todos tienen razón y también responsabilidad, incluidos nosotros los usuarios, que impacientes a veces nos molestamos que el bus vaya lento, exigiendo al conductor que acelere, y cuando los agentes se ponen a revisar en tramos intermedios, no faltan pasajeros que se molestan por el posible retraso, y sobre todo, es muy frecuente que a medio camino, suban viajeros para instalarse en los pasillos y nadie se queja. Todo el tiempo el mismo círculo vicioso. Como dijo un periodista, “morimos como animalitos” y a nadie parece importarle.

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