Hace unos días vi Avatar con una amiga y un conocido. No creo que sea una obra maestra, pero resulta amena y curiosa en su versión en 3D. Es muy difícil apartar la mirada de la pantalla cuando sientes que casi puedes tocar los animales y las plantas de las selvas de Pandora o parece que las cenizas del destruido poblado na’vi caen junto a ti. Y aunque lo haga de una manera, tal vez, un tanto elemental, siempre es positiva una defensa de la ecología.
En la película Avatar los habitantes de Pandora, los Na’vi, escogen un pájaro salvaje, un Ikran, al que estarán unidos toda la vida si él también los escoge a ellos y consiguen someterlo. El protagonista, un humano, usará un avatar con apariencia de na’vi para conocer su cultura, someterá a un Ikran, incluso a una especie aún mayor y más peligrosa, un Toruk, se enamorará de una na’vi, decidirá ser un na’vi con todas las consecuencias y salvar su cultura y su planeta de la avaricia y la destrucción humanas.
Rufián y yo hace ya un tiempo que nos escogimos mutuamente. Él me escogió con la mirada y yo conseguí someterlo con un collar y una correa. Desde entonces somos inseparables. Ya no hacen falta el collar ni la correa. Nos vemos. Hay un vínculo. Nuestro destino es recorrer Europa y el mundo entero juntos. Nuestro avatar es
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