Revista Talentos

Nuestro ilustre embajador ante la ONU

Publicado el 27 agosto 2012 por Perropuka

Nuestro ilustre embajador ante la ONUEran otros tiempos. Negros nubarrones se cernían permanentemente sobre la república. Mandaban los gobiernos neoliberales, los de siempre, los avasalladores, los explotadores, los entreguistas, los pocos, los privilegiados, los dueños. Al otro lado, los más, los campesinos y obreros,los indígenas, los oprimidos, los violentados, los ninguneados. La historia de siempre, la lucha de clases. 
Entre estos y aquellos, alzaban su voz los tribunos, los defensores del pueblo, los observadores independientes, los árbitros para que se cumplan las garantías de todos los ciudadanos. Con luces y sombras gozan del respeto de los sectores más vulnerables y la consideración del resto de la sociedad. Aunque el poder de turno los mire con desconfianza, sin embargo ahí están, haciendo su trabajo. Velando por los derechos y garantías constitucionales.En esa lucha, habrá gente que destaque por su labor negociadora y espíritu conciliador. No se espera menos, para quien quiera ser portavoz de causas sociales como la de derechos humanos. Don Sacha Llorenti, joven abogado, cumplía una loable labor como vicepresidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia , hasta que su inmediato superior fue escogido para Defensor del Pueblo, una institución todavía nueva pero con mucha credibilidad. Llorenti, heredó la presidencia de su institución, nadie objetó su designación, pues reunía el perfil y la suficiente solvencia moral. Todo parecía presagiar un brillante porvenir.  
Eran otros tiempos. La historia había que reescribirla. El pueblo sometido e invisible esperaba por su redentor, aunque no lo sabía. Quinientos años de vivir en las sombras. Algún día tenía que invertirse la situación. En el horizonte apareció Evo Morales, iniciando un nuevo Pachakuti o tiempo de esplendor, que según algunos debe durar otros quinientos años. “El indio llegó para quedarse”, decía algún sociólogo. Como pasa en todas partes, cada vez que emerge un nuevo poder, nunca falta gente que se ve atraída como moscas a la miel. Una hornada de jóvenes profesionales y otros viejos reciclados políticos de tendencia neoliberal, casi todos de procedencia mestizo-criolla, se subieron ágilmente al carro indigenista del nuevo gobierno. De la noche a la mañana, los académicos de sillón, se convirtieron en expertos portavoces de los indígenas, pasando por alto aquello de que hablar en nombre de otros, es indigno, a decir de Foucault. 
Sacha Llorenti, destacado luchador social (no hay intención irónica en ello), y precisamente por esta faceta y su amistad con Morales, fue pronto designado ministro de Gobierno, un cargo especialmente sensible y de mucho poder. No pasó mucho tiempo para que el nuevo ministro hiciera gala de sus escondidas habilidades. A los pocos meses de tomar posesión de su despacho, se olvidó de su trayectoria negociadora, de sus dotes de persuasión y de su personalidad tranquila. Cada vez que salía ante cámaras se mostraba arrogante además de pedante con la prensa. Había cambiado la flema por la prepotencia. El carácter apacible por un aire siniestro. Los distintos sectores en conflicto conel gobierno, desconfiaban de él en las negociaciones, por su talante nada conciliador. El lobo comenzó a mostrar la piel.
Fue precisamente en su gestión al frente del Ministerio de Gobierno, que la administración de Morales tuvo algunos de los episodios más tristes y funestos de la actualidad. La más grande de las paradojas se hizo realidad: en las barbas del joven ministro, otrora gran defensor de los derechos humanos, se cometieron los peores atropellos a éstos. Todos recordamos que Morales había prometido, al tiempo de su posesión como presidente, que “en su gobierno no iba a haber ningún muerto”.La historia como fenómeno universal es una gran mentira. Los hechos están ahí para desmentirla. Nuestro joven ministro hizo su bautizo de fuego, en ocasión de una protesta popular en la población yungueña de Caranavi, a donde se envió un contingente policial, que intervino con mucha violencia, buscando a los líderes de la protesta. En los enfrentamientos, un jefe policial fue herido y murieron dos jóvenes estudiantes por heridas de bala. Nunca se estableció la autoría de los disparos, y el máximo comandante policial de entonces, tuvo hasta la impertinencia de sugerir que los jóvenes se habían suicidado. A pesar del luto e indignación de la población afectada, pronto se dio carpetazo al asunto.
Pasó el tiempo, y nuestro ministro fue nuevamente salpicado por otro escándalo. El general de policía René Sanabria, estrecho colaborador de Llorenti, ya que fungía como zar antidrogas, fue detenido en Panamá por un operativo de la DEA,poco tiempo después de abandonar su funciones al lado del funcionario. Resultó que en las barbas del mismo ministro, el jefe policial se desempeñaba como máximo cabecilla de una banda de narcotraficantes que comerciaba grandes volúmenes de cocaína a través de puertos chilenos. Llorenti nunca se dio por enterado, y eso que en el ministerio de seguridad interior sobra personal de Inteligencia. Otra paradoja. Nunca asumió su responsabilidad administrativa. No fue destituido, al contrario, Evo Morales le dio su pleno respaldo.
Pero faltaba el hecho culminante para tan terrible y meteórica carrera política. En septiembre de 2011, se produjo una de las páginas más negras de la historia nacional reciente. El gobierno más indigenista de todos los tiempos reprendió brutalmente una marcha de indígenas orientales, cosa que no se había visto nunca durante los gobiernos neoliberales. El célebre caso del parque TIPNIS, fue la gota que colmó el vaso y que manchó para siempre la trayectoria de nuestro ministro Llorenti. Otra vez no asumió su responsabilidad moral y ética. Un viceministro tuvo que autoinculparse para salvar el pellejo de las principales autoridades. Sin embargo, la opinión pública nunca se tragó el cuento. Llorenti tuvo que renunciar a su puesto, pero se fue con la frente en alto. Como es lógico, pronto fue sobreseído de la investigación que el ministerio público emprendió para guardar las apariencias.
Pasó el tiempo, se calmaron las aguas. A casi un año de la represión del Tipnis,nuestro ministro retornó de las sombras, con todo desparpajo presentó un libro que había escrito, que sugerentemente bautizó como “La verdad secuestrada”, en referencia al papel de los medios de comunicación en los recientes hechos de la política boliviana. El gobierno aplaudió su gran iniciativa, dándole la notoriedad del caso.  
Faltaba el premio mayor de todos. Hace pocos días, Llorenti fue nombrado como embajador boliviano ante la ONU. Con la aquiescencia del parlamento nada menos, como corresponde en estos casos de gran responsabilidad diplomática. Los pocos congresistas que se opusieron fueron silenciados por el rodillo. Los responsables del nombramiento arguyeron que nadie presentó pliego de denuncia contra el candidato (sin eco queda el juicio que los dirigentes indígenas iniciaron contra el personaje y otras autoridades). “Cumple con todos los requisitos”, dijo con una tranquilidad elocuente el vicepresidente de la república, abogando por su amigo Llorenti. Y todos sabemos lo que eso significa en estos tiempos revolucionarios.

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