Nueva York, como toda ciudad grande que se precie, está bien surtida de parques. Es más, Nueva York es la feliz poseedora de El Parque, el pulmón verde de la ciudad, Central Park. La gente va allí a pasar el día, alquila bicicletas para recorrerlo, hace un picnic, toma el sol, lee un libro a la sombra de un árbol. Central Park se merece toda la atención que le podáis dedicar, y mucha más.
Mi plan turístico incluía todas las cosas que he mencionado (bicis, picnic, libro). Pero la extraña realidad de mis vacaciones me hizo dedicarle media tarde, más o menos. Fue como darle un bocadito a un pastel que sabes que será delicioso. Un bocadito que me supo a gloria.
Visitamos más parques, como el Tompkins Square Park (del que no tengo fotos) que fue en su día una zona bastante insegura.También visitamos High Line Park y éste, éste sí que me impactó. Los neoyorquinos se encuentran un día con una línea de ferrocarril elevada en desuso y ¿qué hacen? ¡Un parque! Señoras y señores, si esto no merece un aplauso... Pero la cosa no acaba ahí. No se acontentan con poner unas plantitas y unos arbolitos, sino que lo pavimentan con madera, añaden una iluminación la mar de sugestiva y lo salpican aquí y allá de bancos y tumbonas. High Line Park tiene, además, su propia página web con fotos, información útil y un calendario con los eventos que en él se celebran (muchos de ellos gratuitos). Ahora ya podéis hacer la ola conmigo.
En Bryant Park estuvimos después de ver -deprisa y corriendo- la Biblioteca Pública de Nueva York. Encima, y por casualidad, nos vimos envueltos en un square dance junto a un montón de gente con gorros blancos de cowboy.
A pesar de que nos faltaron por ver muchos otros parques, me quedé bastante satisfecha. Los parques me relajan, me recargan las pilas, me recuerdan cual es la medida de las cosas. Todas las ciudades deberían estar llenas de parques que nos devuelvan a la realidad.
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