Bienvenidos a la Cafetería de EL TINTERO DE ORO. Mientras pedís vuestro café o té acompañado con pastitas y demás productos de repostería, dejadme que os reproduzca este fragmento de un artículo de Juan Soto Ivars, publicado en el número de abril de 2018 de la revista Qué leer:
«La moral de la época siempre es enemiga de ciertas voces disolventes. Da lo mismo que la moral sea nacional católica, comunista, o políticamente correcta. El poder siempre es el poder, y siempre hay poder cuando alguien calla por miedo. El poder proyecta su poder sobre el escritor, porque el poder, por ridículo que parezca, siempre teme la palabra libre.» Juan Soto Ivars, revista Qué Leer, abril 2018
Como veo que habéis tomado asiento y comenzado a disfrutar de vuestro pedido me gustaría invitaros a debatir sobre un tema que puede generar polémica, aunque espero que la misma sea sana y no como esas tertulias políticas de opinólogos que tanto abundan en televisión. Así que hay va la premisa del artículo:
¿El escritor debe ser libre para escribir, y publicar, la historia que le venga en gana?
Veo que todos habéis asentido con la cabeza. Es de sentido común, ¿verdad? Si la Literatura es un medio artístico de expresión, la libertad con la que debería contar el autor habría de ser ilimitada en cuanto al tema, la caracterización de sus personajes o el desarrollo de la trama.
Muy bien, vamos a enredar un poco más.
Imaginad a un escritor que piensa en una novela sobre un tipo que ha sido condenado a muerte. A lo mejor os viene al recuerdo la película Cadena Perpetua, aquella en la que el protagonista se pasa media vida por un asesinato que no cometió. Pero en este caso, el escritor imagina a un tipo que ha violado, torturado y asesinado a tres niñas. Lo arrestan, y entonces es defendido por un abogado idealista que, tras mover cielo y tierra, no solo consigue evitar la pena de muerte de su cliente, sino que pasados unos años consigue que le revoquen la cadena perpetua y salga a la calle. Pero resulta que el tipo no se ha rehabilitado, sigue sintiendo ese impulso criminal y vuelve a delinquir. Y lo hace violando, torturando y asesinando a la hija del abogado que lo defendió quien, en venganza, acabará matando a la persona que en su día evitó que fuera condenada a muerte.
¿Qué me decís de esta historia? Veo que algunos ya han torcido el gesto como diciendo: «Espera, espera… ¿ese autor está justificando la pena de muerte?» Y quizás ya estén buscando los antecedentes del escritor para ver de qué pie cojea.
No, ese escritor solo ha pretendido contar una historia de suspense, pero su obra podría ser interpretada como un alegato a favor de la pena de muerte. La intención del autor es más mundana, solo ha escrito una ficción, no sabemos su opinión personal respecto a ese tema, ni tampoco nos debería importar. Simplemente ejerce su libertad de expresión para escribir la historia de ficción que le ha venido en gana.
¿Seguimos imaginando? Creo que no nos costaría demasiado visualizar la respuesta de las redes sociales. «¡Literatura fascista y retrógada!», podría ser la sentencia de según qué corriente de opinión que, tal vez, además de tuits incendiarios y los correspondientes dislikes y caritas enfadadas iniciara campañas pidiendo el veto de la novela, amén de condenar socialmente al escritor. Si la cosa se saliera de madre, tal vez ello llegara a las tertulias de opinólogos, donde seguramente el pobre escritor sería puesto a caldo por unos; aunque también defendido por otros no tanto en aras a la libertad de expresión, sino usando torticeramente la obra para apoyar sus tesis. En todo caso, la novela sería engullida por el espectáculo mediático.
Si os habéis fijado, en esta fantasía no he mencionado a gobiernos ni a ninguna autoridad inquisitorial. Os hablo de la censura de la comunidad. Como sigue diciendo Juan Ibars en el artículo que os he mencionado: «La moral reinante no siempre está encarnada en las estructuras de poder. Las comunidades han demostrado ser igual de inflexibles a la hora de apartar a sus apestados.»
He escogido la pena de muerte por ser algo un tanto ajeno en España, y quizá de esa forma no altero demasiado. Ahora imaginad temas más calientes y polémicos como el aborto, feminismo-machismo, la inmigración, el cambio climático, el movimiento animalista, el capitalismo-anticapitalismo, nacionalismos, etc. Como diría la prensa, las redes sociales arderían con según qué argumentos contextualizados en esos temas. Y reconozcamos que en las redes sociales todo el mundo opina, juzga y condena. Sepa del tema o no, porque ¿alguien ha esperado ha opinar sobre algo tras leerse, digamos, 10 libros sobre la cuestión?
Antes de la era digital, la censura venía del Poder Público, bien de manera expresa en regímenes totalitarios, o velada en el caso de regímenes democráticos. Por supuesto, la Opinión Pública siempre fue un ente disuasorio para según qué publicaciones. Sin ir más lejos, el qué dirán fue una de las razones por las que cuatro editoriales rehusaron publicar la fábula satírica que homenajeamos este mes en el concurso, Rebelión en la granja de Orwell. Pero con la llegada de internet y las redes sociales esa Opinión Pública ha tomado un cuerpo palpable, es la democratización de los Medios de Información, para lo bueno; pero también para lo malo. Es por ello que he añadido esos interrogantes al título. En todo caso, las redes sociales pueden ser una nueva forma de censura explicita frente a la que el escritor deberá rendir cuentas con su obra. Y deberá estar preparado. Voy a repetir la pregunta que os hice:
¿El escritor debe ser libre para escribir, y publicar, la historia que le venga en gana?
Humm, empiezo a ver gestos más dubitativos. Si tuviera telepatía podría escuchar la mente de alguno pensando en que la Literatura, como arte, tiene la finalidad de intentar mejorar el mundo y aunque el escritor tiene libertad para escribir lo que quiera debe asumir cierta responsabilidad con el mensaje de su obra.
Y es verdad. El arma más poderosa no es una bomba nuclear, sino una simple idea. La bomba es un objeto pasivo, inerte hasta que la idea decide apretar el botón. Pero aun entendiendo ese planteamiento, me resultaría abrumador hacer cargar a los escritores con semejante responsabilidad. De entrada, habría que decidir cuál es la moral a la que deberían ajustarse. ¿La de lo políticamente correcto?
Si ese fuera el caso, creo que correríamos un serio riesgo de convertir la literatura en algo parecido a aquellas canciones que escuchaba la sociedad utópica que imaginó Aldous Huxley en Un mundo feliz. Si no lo habéis leído o no las recordáis os dejo una estrofa:
¡Frasco mío, siempre te he deseado! Frasco mío, ¿por qué fui decantado? El cielo es azul dentro de ti, y reina siempre el buen tiempo; porque no hay en el mundo ningún Frasco que a mi querido Frasco pueda compararse.
Desde luego, nada hay en la canción que pueda molestar a nadie. Ni molestar, ni emocionar, ni entretener, ni… bueno, ya paro. Aunque ya que hemos empezado con referencias literarias me pregunto qué pasaría hoy día si se publicara Lolita de Vladimir Nabukov.
Aunque no creo que haga falta decirlo, trata del romance entre un profesor de literatura de mediana edad con una niña de doce años. En su día, fue censurado en países como Francia, Reino Unido o Argentina. ¿Qué pasaría si Nabukov fuera hoy día a una editorial con su obra? Desde luego, la editorial valoraría tanto su calidad literaria como su impacto social. ¿Compensaría la polémica que se creara en las redes sociales con los beneficios que la misma podría conseguir? ¿Podría una campaña en la red social conseguir que retiraran la obra del mercado?
En mi opinión personal, siempre voy a conceder al escritor total libertad para que cuente la historia que tiene en la cabeza; sin condenar moralmente a la obra, ni mucho menos a la persona de su autor. ¿Acaso los autores de novela negra son asesinos por escribir historias de asesinos? ¿Los autores de género romántico son promiscuos amantes por narrar historias apasionadas? ¿Están locos los autores que escriben novelas de terror? Evidentemente, no.
Cuando abrimos una novela, nos encontramos con una ficción. Disfrutemos o no de la misma, pero dejemos los dogmas y verdades universales guardadas en el cajón. La Literatura debe reflejar la compleja realidad del ser humano, una realidad con muchos más matices que el famélico blanco o negro que ofrecen las ideologías o creencias. Estas nacen de un punto de vista que aspira a dogma, un dogma que debe competir contra otros, no para enriquecerse de la diferencia, sino para aplastarla.
Como ya he sobrepasado las mil palabras y ardo en deseos de escuchar vuestra opinión dejad que me siente con vosotros mientras me tomo un café.
¿Y vosotros qué opináis?
¡Saludos tinteros!