Nuevo laberinto de la soledad

Publicado el 08 abril 2010 por Isonauta
Encontré a mi amor de secundaria (la foto de ella) en una de esas jaulas sociales tan divertidas, facebook o cosa parecida.
Quedé pasmado, le confieso.
Fui al espejo a verme las escamas: pensaba que esa condición reptilesca de la vejez me pasaba sólo a mí (en mi caso quelonio, en el suyo, acababa de descubrirlo, más lagarto que quelonio).
Recordé sus ojos en los ojos de aquella lagartija: eran los ojos de Diana Ross aplastados por el mundo.
Recordé Upside Down bailado con ella en un rincón oscuro (pero estroboscópico) del salón de actos. Ah larga secundaria inocente acribillada por Mark Chapman. Ese disparo no sólo detuvo la producción del mejor disco de Yoko Ono (el track del hielo delgado es la prueba promesa) sino que acabó con mi adolescencia.
Luego de verme en el espejo, tomé mi maletín y salí. Sentí que adoraba aquella ciudad del norte en sábado. Sin duda la adoraba. Quería sus recovecos y negocios. Una ristra de luces de un cine porno, ofertado junto a un almacén de música, era casi una pura constelación descrita en el estilo anticuado de Octavio Paz.
Mi sobretodo disfrazaba bien mis ojos de culebra, mi piel de tierna paslama o de tortuga tora. Necesitaba de la masa para confundirme. Necesitaba de las viejas tiendas de discos.
Soplaba el otoño y entré a aquella tienda gigante que está cerca de Main Street. La esquina "latina" prodigaba "Los mareados", lo que me llenó de cierta sosa melancolía.

porque ya no volveremos a vernos más
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hoy vas a entrar en mi pasado

Pero nunca imaginé, me encontré diciendo, que ibas a entrar en mi pasado de esa manera tan escamosa, pero igual de melancólica. Añadí un apóstrofe con su nombre, alce mi frente (porque en un tango, me imagino, se alza la frente) para ver que me miraban unos niños. Ya estaba acostumbrado, me confundían con unos muñequitos animados que eran quelonios (como yo).
A lo lejos, una vez apagado el tango, se escuchaba esa parte inquieta del piano de "Lad in Vain" martillando.
No sé si recordarás la profundidad de aquellas luces.
No sé cómo has sobrevivido a este general aplastamiento allá en Portland, ciudad gris (imagino).
Había devenido el reptil parlante y no únicamente sino apostrofante, en aquella tienda sofisticaba que ostentaba una colección de viniles digna: More Hot Rocks, por ejemplo.
A lo lejos alguien canta, murmuré.
Era Héctor Lavoe, según recuerdo.