ATENCIÓN: La imagen que ilustra esta entrada está generada por ordenador. No intenten creérsela, es pura ficción. Nadie es tan importante y llueve sobre todas las casas.
Cada mañana se preguntaba por qué a ella. Cada amanecer la misma pregunta resonaba en su cabeza sin respuesta. Cada tarde volvía a casa intentando encontrar la causa en el día pasado. Cada noche se dormía inquieta, sabiendo que al sonar de nuevo el despertador, volvería a formularse la misma pregunta infértil. ¿Por qué a ella?
Y es que todo le pasaba a ella. Alguien le debía haber echado un mal de ojo, cuando no conseguía salir de aquella mala racha. En realidad, había momentos en los que era capaz de asegurar que el mundo entero estaba en su contra.
- ¿Por qué? ¿Por qué a mí? - era siempre la misma pregunta que no se atrevía a hacer en voz alta, quizá por miedo a que fuera cierto y el mundo entero estuviera en su contra y supiera decírselo.
- ¿Por qué? ¿Por qué a mí? - escuchó un día sentada en la parada del autobús, mientras se hundía en sus pesados pensamientos.
Cuando se convenció de que que ese "¿por qué a mí?" no había salido de su boca, giró la vista hasta alcanzar el origen externo de su propio pensamiento.
- ¿Cómo? - preguntó como esperando que el joven que pronunció aquellas palabras tan conocidas para ella, fuera un lector de mentes ajenas.
- Perdona, no quería molestarte. Solo pensaba en mi desdichada vida, y mi común mala suerte, me hizo pensar en voz alta y que me escucharas - dijo el joven.
- ¿Tu mala suerte? ¿Tu desdichada vida? - dijo ella riéndose por dentro y sabiéndose segura, más desdichada.
Mientras el joven, habiendo perdido la timidez que se pierde cuando un desconocido es lo suficientemente desconocido como para contarle tu historia personal, empezó a relatar todo lo mal que le iba la vida por culpa de un mundo que le odiaba. Ella levantó por fin la vista para ver a los demás pacientes y futuros pasajeros del bus.
Se sorprendió al tiempo que se avergonzó, comprobando como todos hundían sus cabezas sintiéndose desdichados, desafortuandos, malojados, fracasados, desgraciados... infelices. Y todos, hundían sus cabezas entre sus hombros, seguros de que su apesadumbrada situación no era culpa, más que de un mundo que seguro les odiaba.
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