Cerré los ojos y estuve muerto por dos segundos.
Abrí los ojos y desperté en un sueño que me llevaba de un lugar a otro. Mis manos temblaban y mi cuerpo se ponía tieso y frío. ¿Había muerto? Saqué de mi bolcillo la canica de vidrio que mi hermano me había obsequiado la noche de navidad. Lo miraba mientras el vidrio se derretía en mi mano. Se notaba un pequeño grumo, era una piedrecita. Lo cogí y desapareció. Cerré los ojos y los abrí en poco tiempo. Me hallaba en un árbol de navidad al costado de mi cama, con un pequeño regalo mal envuelto. Lo agarré con las dos manos. Era un muñeco de acción con cuerpo bien definido y ejercitado. Comencé a jugar sin moverme de la cama. Quise pararme cuando me di cuenta que mis piernas habían desaparecido, que no volvería a caminar. Abracé la almohada y cerré mis ojos. Al abrirlos estaba parado en medio de un desierto. Las nubes eran pocas y el sol quemaba cada vez más. Omití esa ilusión, cerré los ojos. Los abrí y estaba en mi cuarto con mi hermana mayor. La abracé y ella no se movía. “Suéltame… Nunca te quise” dijo. Lágrimas salían de mí. “No eres nada. Ya no necesitas despertar. Quédate durmiendo.” prosiguió. Cerré mis ojos y los abrí, mi hermana seguía ahí mirándome. “No volveré a despertar, hermanita. Solo quiero que sepas que yo sí te quiero.” Cerré los ojos.
-Hicimos lo que pudimos. Pero fue como si él no se hubiese querido despertar.
-¿Qué?... Quiero ver a mi hermano, hermanoo…
-Tranquilícese señorita. Hay más pacientes aquí. ¡Tranquila!
-Usted no entiendo Doctor-seguía gritando.
-¡Tranquila!
Comenzó a llorar.
-Nunca lo quise. Pero me hará falta porque era lo único que tenía.