Te extraño.
Pienso en una canilla goteando. No alcanza a llenar ningún recipiente con agua.
Ploc. Ploc. Ploc.
De repente el sonido, que en apariencia es molesto -molesto como vos-, se detiene.
Y es en esa falta de ruido que noto tu ausencia.
La noche detenida, el día en suspenso. El ruido que deja de existir.
Miro las pinceladas de un cuadro. Los trazos parecen determinantes. Y trato de adivinar en éstos el vestigio del ruido que cesó.
El hombre como un ser aplomado pero impetuoso, apocado, decidido, tembloroso en algún gesto que se le escapa al descuido; la distracción que sale sin pedir permiso, el ser escondido, dolido, extasiado, decepcionado, exigente, desapegado hasta el hartazgo.
Un ser desconocido que intuye conocerme me repite el eco del goteo.
Es la gota que suda en el arco de la espalda en el preciso momento en el que el sexo estalla. El silencio preimpreso en una hoja blanca, que habla suavemente antes de que el trazo de una palabra empiece a formar una oración, y otra más, hasta plasmar algo parecido a la verdad, la mía.
El misterio innato que se esconde detrás del artista. Los sentidos que hablan y gritan dentro de las curvas sonoras de una letra o de la pincelada que entremezcla varios colores.
La gota que se escapa de la canilla y vuelve a sonar. La vasija de cerámica que nunca se llena. El agua que no es suficiente. Los colores que se secan sobre la paleta. El poema inconcluso. La cama revuelta. La historia intermitente sin final.
Mi obra inacabada con tu insistente presencia en las vocales de mis escritos.
El brillo de mis ojos ausente en la pupila de la silueta de otra mujer que desata un estallido de colores.
Es mi ausencia que le sigue a una huída previamente declarada.
Patricia Lohin