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Ocho horas en Madrid

Publicado el 11 julio 2013 por Yusnaby Pérez @yusnaby

metro madrid

La emoción por llegar a Madrid me impidió dormir ayer. Mi tren salía esta mañana bien temprano desde la estación de Málaga y a bordo disfruté de dos horas y media de viaje para escribir y leer. Por primera vez en semanas tuve tiempo, aunque les confieso que continuamente mi atención era robada por esos bellos campos de olivos que aparecían en cada momento.

Llegué a Atocha, la principal estación de tren de Madrid, y tragué en seco. Recordé cuando era pionero y me obligaban a ir a las “marchas del pueblo combatiente” para manifestarme en contra de Aznar. Hasta yo le grité bien alto “asno” sujetando aquella pancarta de cartulina. La verdad es que en el año 1999 yo no era ni siquiera capaz de localizar a España en el mapa. Todo esto cruzó mi mente en el momento que puse un pie fuera del tren;  y mi conciliación mental ocurrió al pedir perdón por haber insultado a alguien sin conocer absolutamente nada sobre su persona.

Madrid, de nuevo Madrid; y ahora real, no como lo era en mis sueños. Después de varias conexiones en Metro salí a la Puerta del Sol de frente a la estatua ecuestre del Rey Carlos III. Miré a un lado, y después al otro y luego al otro. Estuve varios minutos anonadado contemplándolo todo y a la vez no veía nada; hasta que llegó Luis Enrique y me sacó del trance visual. Nos dimos un abrazo de hermanos. ¡Qué alegría! ¡Este hombre es de los buenos!

Caminamos bastante y en cada paso mencionábamos la palabra Cuba. ¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo podrían dos cubanos encontrarse y no hablar de Cuba?

Vimos de todo, desde personas disfrazadas de estatuas a la espera de una moneda que les despierte, hasta personas que, por su vestimenta, parecían disfrazadas. ¡Pero así me gusta! Fue grande la satisfacción existencial de saber que tantas personas con diferentes afinidades, costumbres y modos de expresión personal pueden convivir tan bien en una misma sociedad. En eso vimos a dos muchachos conversando con un acento muy peculiar y les preguntamos al unísono: ¿son cubanos? Pero no, eran venezolanos y nos dimos un fuerte apretón de manos. Ya saben, hoy el venezolano conoce un poquito mejor lo que significa ser cubano.

Nos sentamos en una de las miles de terrazas de Madrid a la sombra de un árbol que nos protegiese del sol estival y, mientras hablábamos de la crisis de España y veíamos a la gente pasar, Luis me hizo un gran regalo. Puso frente a mí el libro de WordPress de Yoani y me dijo: “¡Es tuyo Yusnaby!” En ese momento brindamos por nuestra salud y por la salud de todos esos cubanos valientes de dentro y fuera de la isla. Compartimos nuestro amor por ese terruño, por esas cuatro palmas, por esos cinco edificios coloniales en mal estado, por esas calles oscuras, por aquellas raíces, por el ansia de historia, por la gente y su alegría, y por todas esas cosas que perturban a un cubano; nos dieron las mil y quinientas hablando sin parar. Un señor de Jamaica, de pie junto a nuestra mesa, nos devolvió a la realidad. Vendía pulseras y por 1€ le compré una preciosa a mi madre. ¡Siempre la llevo en mi corazón!

Luego llegaron a la mesa dos chicas de unos 18 años y comenzaron a hablar en una lengua muy rara (si es que era alguna lengua) y a mover unos folletos promocionales frente a nuestras caras atrapando toda nuestra atención sin razón aparente. Sin más, se marcharon. A los 20 minutos nos dimos cuenta que el móvil de Luis Enrique había desaparecido. Nuestra tarde acabó corriendo por toda la ciudad buscando a esas ladronas y haciendo la denuncia en la compañía telefónica. Le dije a mi amigo: “Esas chicas aprendieron de Castro, porque nos han robado en nuestras narices”.

Tenía poco tiempo pues mañana me espera un vuelo a otra ciudad, y luego a otra. He conocido mucha gente, he convencido a personas, he aprendido lo que no imaginaba. Me despedí con otro abrazo y un hasta pronto, y así acabaron mis maravillosas ocho horas en Madrid.


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