Porque eso es lo que caracteriza a los que odian de oído. Son tontos. Flojos. Un poco inocentes. Pero no con la inocencia de los niños, no. Con la inocencia del imbécil que quiere creer porque así su mierda de vida, es más fácil. Porque es más fácil sumarse al odio que cuestionarse en qué se basa ese odio que le están intentado inculcar. Porque seguramente si se lo cuestionan, se darán cuenta de que el “instigador” es igual de triste que ellos. Porque no hay nada más triste que odiar. Dice la RAE que el odio es “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea.”
Flipas. “Cuyo mal se desea”. Es un poco fuerte desearle mal a alguien, no? Pero bueno, en algunos casos lo puedo entender. Y compartir. Pero desearle mal a alguien solo por lo que te han contado es pa mear y no echar gota. Y es que aunque no os lo creáis, yo no le deseo mal a nadie. Las personas que me han hecho daño a lo largo de la vida están en un cajón que procuro no abrir. A veces el hijoputa se abre solo, pero bueno, eso tampoco me hace desearle mal a ninguno de ellos. Y es que la fuerza que hay que poner en odiar y en desear mal, prefiero gastármela en otra cosa. En otra cosa que me suponga beneficios personales. Porque si lo pensáis, que cosas malas le pasen a gente mala, no nos beneficia en nada. Y a la larga, es algo que va a terminar pasando. Porque a la gente mala, le pasan cosas malas. O eso se supone. Entonces, por qué no gastáis esas energías o fuerzas en intentar tener una vida un poco menos de mierda. En preocuparse por vuestros asuntos. En querer a los que os quieren… o que se supone que os quieren. No sé, se me hace más productivo. Pero vamos, que solo es un consejo. A mí, sinceramente, que odiéis fuerte, me la bufa mucho. Que odiéis de oído, también. Me da más bien lastimica. Y los que me odiáis por lo que os contaron, los que me odiáis porque se supone que tenéis que odiarme, seguir haciéndolo. Porque me dais risa. De la buena.